27 ago 2015

Se acercó el ángel Montserrat



LOS SENTIMIENTOS DE TÍO ARTURO
   
Aquel día de sol implacable,
sobre la limpia camisa pasó Tío Arturo los correajes: luego tomando su sable de brigada, salió de la casa cuartel. Aquel sol tan vasto como la calle misma, lo entusiasmó algo, aunque pensaba ¡"Si mis guardias fueran más sensibles"! Eran trabajadores, dispuestos y disciplinados, pero no lograban conformarlo. El día anterior los había visto devorar las sandías de la barraca de la feria como si fuera la primera vez que probaban una fruta prohibida.
   
Golpeó su pecho y sus botas con el sable enfundado, se lo colocó en el costado izquierdo del cinto y la flamante Astra en el derecho y puso en marcha su azul moto Iso. Disfrutando del aire tomó la carretera dispuesto a llegar hasta Manresa y mostrar su nuevo vehículo a los antiguos compañeros. Al llegar a El Bruc una larga caravana de camiones y automóviles detenidos en la fuerte pendiente con el "capot" levantado y los motores humeantes comprendió que el país no funcionaba. Una tenue sombra producía sobre todas las cosas en una mañana en la que el azul invadía la tierra sagrada; puso primero en duda si sus guardias serían capaces de ver belleza en aquel paisaje de conductores con expresión circunfleja en su mirada, alzó la vista al cielo y se calmó con las bellas vistas de la montaña de Montserrat. Luego se dirigió un poco titubeante hacia un grupo de camioneros y comenzó a dar órdenes disfrazadas de consejos destinadas a liberar un poco el paso de los vehículos que circulaban en dirección contraria.
   
¡Aquellos guardias de tráfico eran muy duros!
Decidió abandonar la ruta y visitar simplemente el emblemático Monasterio de Montserrat. Después de haber sorteado unos cuantos vehículos salió en su persecución un perro que con ladridos amenazantes le hizo detener la moto y al poner el pie a tierra las enormes fauces del can hicieron presa en su brillante bota. Sin pensarlo dos veces Tío Arturo sacó su pistola reglamentaria y disparó cuatro tiros a bocajarro sobre el animal. Reanudó su viaje como si aquello fuera una vulgar anécdota.
   
¿Qué sentía el brigada
al limpiar la sangre de su bota antes de entrar en el sagrado recinto? ¿Seguía pensando en la poca delicadeza de sus guardias comiendo sandías?
  
Tío Arturo, fuera por necesidad de amor o por imitar –hacer un poco de sus vidas- amaba (o a sí mismo se repetía) a una muchacha joven y ágil que vivía más allá de Monistrol, en una casa gris y roja que aún hoy existe. La quería con el deseo que lo empujaba a emprender largos paseos en moto hasta su casa. Nunca quiso pasar los umbrales de la finca, tal vez algún guardia suyo lo hiciera con su novia, pero él no quería caer en aquella acción.
   
Si ella se escondía en un dolor sin motivos aparentes,
si movía sus manos y sus muñecas con una nerviosa soltura, no la interrogaba, pero al dejar sus ojos en su rostro lo hacía con ternura. Buscaba de apoyarse en la valla que rodeaba la casa y el espacio que hacía las veces de jardín y descansar somnoliento de espaldas a la rural construcción, para no fijarla mucho en su memoria, cosa contraria de cuando observa a sus guardias, o cuando recibe órdenes de sus superiores; hasta sentir sobre su nuca los pasos de su amiga. Besaba su rostro, acariciaba su pelo con tranquilo ademán.
  
Si después de todos aquellos actos,
todos cumplidos como desde lejos, pero concretamente, meditaba sobre ella, solamente recordaba un conjunto móvil colorido y armonioso, y ningún secreto recuerdo oscurecía el infinito espacio de su alma. Guardaba íntegro el enigma pequeño o inmenso, de aquella muchacha, quería tan sólo lo que era inaccesible y difuso en ella y eso lo mantenía a sus espaldas.
   
Aunque sólo fuera esporádicamente,
caía en algún gesto común a sus guardias.
   
Me imagino que con el paso de los años,
en su retiro definitivo en Castellón sus ideas evolucionaron a la par del nuevo tiempo. Recuerdo que en la última visita a la casa del primo Arturito vi en una estantería un cuaderno rojo. Sólo había unas notas en la primera página como si fuera el esquema de una novela o ensayo y que durante un tiempo me dio qué pensar:
   
Es normal que nos sintamos incómodos
en todas partes, pues poco a poco hemos cambiado nuestro destino de dioses por un destino de mercaderes.

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Ángeles que pudieron existir:
Ermessenda, Clementina, Margarida, Aurembiaix, Flordeneu.

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Se acercó el ángel Montserrat
y le dijo todo al oído. Ella encantada con aquellas palabras le susurró. No lo escribas. Suena como un cuento diabólico. Un momento -dijo el querubín- falta el final, pero para que no lo sepas voy a borrar mi imagen del mundo de los mortales.

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Apoyando el oído en la tierra
se oyen las asambleas de las Tinieblas y los Muertos. A muchos, esas discusiones les suena a música celestial

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​                                                                                      Johann R. Bach

1 comentario:

  1. el retrato del Brigada Arturo, genial, como se deshace del perro, que le muerde la bota, nada de mariconadas, saca la pistola y le descerraja un par de tiros. La nota en el cuaderno, donde anota la conversión del país en uno de mercaderes. Me ha gustado el retrato pintoresco de cosas de la postguerra.A mi me ha resultado hilarante. .Tienes material para escribir un librito para el pueblo llano.Julio

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