UN CORAZÓN DE BARRO
En esta noche de La Candelaria
he tenido la pesadilla de la sospecha de que durante tantos y tantos años he huido de mí mismo y
lo que se muestra en mi cama
es sólo un vertebrado,
un enemigo del amor,
una estrella destrozada por la gravedad… Un corazón de barro.
Ya despierto,
me dispongo a navegar en la alegría ardiente de los números porque sé que dudar no siempre tiene sentido y que
el cielo va a caer sobre nosotros:
el cielo implacable, el frío cielo azul, el cielo de los hechos.
Es preciso un nuevo recuento
de equinoccios y glóbulos rojos pues somos a penas sangre, huesos propuestos al oxígeno.
Redefinamos las emociones
–dicen los cardiólogos románticos- pues salen de nuestros corazones incompleto, pero
no son la arcilla de los sueños
ni la luz cenital de los sucesos: no son nada que dé origen, principio, fundamento.
Son pequeños cuerpos sin vida propia,
océanos de ceniza que se quedan ya siempre con nosotros cuando el minuto atroz ha transcurrido.
"No tienes inteligencia emocional"
me dijo en cierta ocasión un amor despechado. "Tienes razón" –me dije, en silencio, a mí mismo-
la reservo para entender procesos,
dinámicas y números.
Para mí la inteligencia
es secarse las lágrimas a la luz de un teorema, algo diferente del amor.
Johann R. Bach
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