DEJÉ DE SONREIR
Dejé de sonreír
en la mañana más fría de mi vida.
A veinte bajo cero,
con las manos en los bolsillos, recorriendo las calles cubiertas de nieve y hielo dejé de sonreír.
Dejé de sonreír
porque la alegría se había alejado bruscamente de mi corazón. Caí sobre la acera helada
quedándome sólo la tristeza
al saber que vendrían días de infelicidad al percibir con angustia infinita que había olvidado cómo fueron los días de desamor de épocas ya olvidadas.
Me aferré a mi dignidad
como náufrago a su tabla como una obligación ética antes de considerar el suicidio ante tanta desesperación.
El dolor que me sobrecogió,
con la caída, en la espalda era incomparablemente más dulce que el que me embargaba el corazón.
Una idea única se abrió paso
en mi atribulada mente: marchar y no volver nunca más a ese país donde el hielo invadía hasta el corazón humano.
Rogando al destino
que no me abandonara, que, por piedad, no me hiciera sufrir más me bebí mis lágrimas
fingiendo
con una mueca extraña en los labios que sólo el dolor de huesos de la caída se hundía en mi alma.
Nunca hice teatro de mis penas;
No tuve más remedio que aprender
cuando comprendí que el amor se había retirado irremisiblemnte. Me marché de la ciudad fingiendo indiferencia
aunque ella sospechara
que era yo quien, en silencio, sufría
Aprendí a ahogar la pena
y enmascarar el gran dolor pues sólo las personas alegres encuentran alegría sustitutiva.
Retuve oculto el hoyo en mi pecho.
Camuflé el infierno surgido del hielo y que quemaba pasión.
Aprendí a guardar el llanto
como indicaba en sus canciones Charles Aznavour
hasta más no poder.
París fue consumado por mí
dos días más tarde. Allí decidí vivir aunque fuera provisionalmente.
Mi brazo ya no lanzó más el alma
a lo lejos en días que el sol volaba bajo, tan bajo como el pájaro. La noche los apagaba a ambos ante mis ojos. tan bajo como el pájaro. La noche los apagaba a ambos ante mis ojos.
Aprendí a amarlos.
Claro que ella era tierra
de noche baja –casi boreal- y de hostigamientos que se colaban por insospechadas rendijas de mi memoria,
pero supe al fin
que no estoy solo por estar abandonado. Estoy solo porque estoy solo, almendra cercada dentro de su huerto.
Johann R. Bach
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