¡QUÉ TIEMPOS AQUELLOS!
Cuan presto se va el placer,
cómo después de acordado da dolor
cómo a nuestro parecer
cualquier tiempo pasado fue mejor.
Jorge Manrique
¡Qué tiempos aquellos!
Tiempos en que el sol se ponía su traje
de seda y azafrán y en las brasas del cielo ardían los sueños.
Tiempos en que era importante
la hora de la siega y las amapolas y los brotes verdes amarilleaban,
tiempos en que las tardes se alargaban
por encima de las miradas.
Tiempos en que, por ejemplo,
se removía de nuevo el jazmín y nos revestíamos del tacto de sus pétalos; tiempos en que creíamos que el ciprés miraba el paisaje, sinuoso,
y en la tierra densa
veíamos las filas de chopos como un orden natural; los ríos calmados, bosques de encinas como signos sagrados y los compactos pinos marítimos, los campos de maíz y girasoles una muestra de bienestar futuro.
¡Qué tiempos aquellos!
Tiempos en que la luz se volvía piel
y el día era transparente.
No eran tiempos estáticos,
fluían como todo en el Cosmos: la tramontana, como siguiendo una lógica mística, se llevaba por delante los excesos del verano y
lloraba el crepúsculo su destino
en la esfera de la oscuridad,
mientras que nosotros aprovechábamos
aquellos descuidos del mes de septiembre para llevarnos a los labios la pulpa de las uvas.
¡Qué tiempos aquellos!
Johann R. Bach
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