AMOR EN EL CYBERESPACIO
Puede que la vida comenzase
con un gran estallido, pero no acabará con un absurdo concordato.
Es el entusiasmo
quien levanta el peso de los años y la superchería quien relata la fatiga del siglo. Afortunadamente
ya no nos parecemos a esos sapos
que en la austera noche de la ciénaga se llaman sin verse, doblegando a su grito de amor toda la fatalidad del universo.
Ha estallado otro milenio
y también con él el fatídico ciclo de otro siglo, otro volcán y multitud de tsunamis;
con los desechos de montañas
se han confeccionado hombres que aromatizarán durante algún tiempo los glaciares:
ha surgido LA EVA DE LAS MONTAÑAS:
esa mujer joven
cuya vida indivisible tiene la dimensión exacta del corazón de nuestra noche; su luz poco a poco, como la niebla, colma los valles.
Su mirada es un rumor fugaz de hojas
como un enjambre de cohetes entumecidos que no se han lanzado aún esperando las fiestas de Santiago de Compostela;
su aliento es esa circulación
enguatada de gaviotas e insectos trazando mil líneas en la corteza tierna del crepúsculo atlántico y
en su rostro acariciado,
se ve marcado, algo mayor que el tamaño de un grano de alfalfa, el hoyuelo de la hermosura
incendio de la luna
que jamás será un incendio, un mañana minúsculo cuyas intenciones no conocemos, sino
un busto de vivos colores
que se ha plegado sonriendo,
es la sombra, a pocos pasos,
de un breve compañero en cuclillas que piensa que, de un momento a otro, su cinturón va ceder…
¡Qué importan entonces
la hora y el lugar de la cita que el diablo ha concertado con nosotros!
¿Podría suceder más adelante
que fuéramos parecidos a esos cráteres donde ya no acuden los volcanes, y amarillean los tallos de la hierba?
Son las dos de la madrugada.
La luna es salvia y estaño intenso; y, nosotros dos, alumnos de La Escuela de los Poetas del Tímpano,
besándonos entre los clústers
de las ondas electromagnéticas de la noche.
Johann R. Bach
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