8 may 2014

Los sueños que persistían ... eran aquellos en los que imágenes paradisíacas se entremezclaban con alegorías religiosas

EL PARAÍSO Y EL ÁRBOL DE LA VIDA

 

Desde que seguí aquel tratamiento

para crecer tuve varias "crisis" en mi pensamiento. Algunas veces dudé de si mi cabeza era la misma de siempre. Durante esos episodios en que yo, desdoblándome a cada momento, tenía sueños continuamente sobre accidentes, entierros, serpientes, mangueras que chorreaban aceite o cerveza en lugar de agua, lagos infectos de aguas negras cloacales…

 

Pero los sueños que persistían durante muchos días, incluso semanas, eran aquellos en los que imágenes paradisíacas se entremezclaban con alegorías religiosas. Hasta pensé que no era nada descabellado el tomar los hábitos de alguna orden religiosa.

 

Recuerdo que en una noche

de un agosto sin luna Clara y yo, tumbadas boca arriba sobre una alfombra de hierba corta y matas de romero por todas partes, mirábamos el cielo completamente estrellado. No había una sola nube que perturbara nuestra visión, el aire estaba en calma y la sinfonía de los grillos acompañaba la cadencia de nuestra respiración.

 

Debió ser a causa del descenso de mi presión

que de golpe fue apareciendo ante mí un árbol, un enorme Árbol de la Vida y en lo más alto de su copa, como en una alegoría del Paraíso se posó algo o alguien como si se hubiese transformado en cormorán (un cuervo marino).

 

Poco conocía yo entonces

el verdadero valor de los bienes que se me aparecían en aquella visión aunque sí sospechaba ya que las mejores cosas se pervierten por los abusos que de ellas se hacen y por su vil aplicación.

 

Ensimismada en aquellos pensamientos,

me sentí como si me hubiera refugiado debajo de aquel sagrado Árbol de la Vida. Debajo de él, maravillada, contemplaba nuevamente las delicias expuestas a los sentidos humanos, los tesoros de la Naturaleza entera en breve espacio comprendidos;

 

Aún más, el Cielo con sus millones de ojos

veía sobre la Tierra que ese jardín era el gozoso Paraíso de Dios, por él plantado al Este del Edén. Desde las Islas Cíes el Este extendía sus confines hacia Oriente como buscando la península del Cap de Creus poblada desde antiguo por reyes griegos, o hasta Tortosa en donde, mucho tiempo antes, moraron los artesanos del estaño del Edén.

 

En aquel suelo placentero

–donde Clara y yo estábamos tumbadas-, Dios había puesto para nosotras su aún más placentero jardín, y de su fértil terreno hizo brotar todos los árboles de la más noble especie de castaño de Galicia por su aspecto y propiedades nutricionales hasta los más olorosos naranjos y los más vigorosos olivos de Cadaqués.

 

En medio de ellos descollaba

aquel Árbol de la Vida de una eminente altura, rebosando fruto ambrosíaco de oro vegetal y que los niños de Cadaqués lo denominaban "dimoni"; y junto al de la vida, destacaba el Árbol de la Ciencia usado en casi todos los cementerios.

 

En la zona del Sur del Edén

un gran rio transcurría que sin cambiar de curso por debajo de las suaves y afelpadas colinas, porque Dios había puesto aquellos llanos como los más fértiles del jardín, erguido sobre una lenta corriente, que las venas de la porosa tierra hacia arriba absorbían lentamente y de la que manaban frescas fuentes que regaban el jardín con arroyuelos acequias naturales.

 

Éstos después se unían

y surcando el claro escarpado se encontraban con el caudal aguas abajo, que al salir de su trayecto oscuro, después de haber saciado la sed de los habitantes de Tortosa, se partía en cuatro importantísimas corrientes que fluían separadamente y que vagaban  por todo el imperio del Delta (del Ebro).

 

Sí debo decir,

antes de acabar la descripción de aquella visión, cómo, si es que el arte de escribir puede, salían de aquellas fuentes de zafiro, los riachuelos encrespados que corrían sobre la perlas de oriente y turquesa arena, y en meandros errantes bajo umbrías enramadas, derramaban néctar, bañando cada planta, y nutriendo las flores dignas de aquel Paraíso

 

que ningún arte jardinero

había puesto en bellos lechos ni en curiosos cuadros, sino que el don de la Naturaleza se vertió en abundancia sobre el valle, colinas y llanos, tanto donde el sol mañanero caldea el campo abierto como donde la sombra impenetrable oscurece las frondas meridianas.

 

No se borró de mi retina,

durante meses, aquella visión que me invitaba a poner patas arriba todas las ideas materialistas que recorrían en aquellos años todo el mundo universitario.


                                                                      Johann R. Bach

 

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