Cuando te conocí
Cuando te conocí estaba resignada
a instalarme otra vez en la torre inclinada de la Melancolía. Las arañas del tedio, las más grises, en silencio y monótonamente tejían finos e inmovilizadores hilos.
¡Qué distinta la húmeda torre
llena de tu presencia! Tú que en mí todo puedes me alzaste suavemente la sombra como un velo y con tu aliento me lograste rosas en la arena,
encendiste llamas
en el mármol de mi cuerpo sobre la cálida alfombra de aquella playa, hiciste todo un lago de cisnes.
Yo no sé si mis ojos o mis manos
encendieron la vida en tu rostro; yo hacía una divina labor, sobre la roca creciente del Orgullo.
De una vida lejana voló en la mañana
un pétalo vívido entre mil besos. Nubes humanas, rayos sobrehumanos,
todo tu Yo de atlante innato cayó sobre los escasos poros de mi delicada piel.
Ahora, todo es diferente:
amanece a mis ojos, en mis manos. Por eso, todo en llamas, yo desato cabellos y alma para tu retrato, -y me abro en flor...-
Entonces soberanos
de la sombra y la luz, tus ojos graves dicen grandezas apasionadas al oído
que yo sé y tú sabes…
Ahora te dejo desfallecer…
Cuando queda en mis manos una gran mancha lívida y sombría… Y renaces en mi melancolía formado de astros brillantes y lejanos.
Ahora, cuando tu voz
que funde como sacra campana en la nota celeste la vibración humana, y tiende su lazo de oro al borde de tus labios,
yo, tenaz como una loca
me froto contra el maravilloso nido de vértigo, tu boca. Como dos pétalos de rosa abrochando un abismo.
Johann R. Bach
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