5 may 2014

Encontraba aburridos a todos aquellos muchachos que se esforzaban por ser originales...

MIS PENSAMIENTOS ÍNTIMOS

(de la Novela "El Origen de un Claro de Luna")

 

Clara y yo nos habíamos hecho muy amigas.

Recuerdo que nos esperábamos todos los días por la mañana para ir juntas al Instituto. Siempre a la misma hora –las ocho- y en el mismo punto de encuentro de la Calle de La Bisbal esquina Varsovia frente a la tocinería de los padres de Isidro.

 

No sé por qué

tenía la impresión de que Isidro y yo éramos parecidos. Tuve poco trato con él porque a los doce años decidió quedarse como aprendiz en la tienda de sus padres. Ambos éramos pelirrojos y más bien rellenitos; de carácter tímido, se nos subía fácilmente la sangre a las mejillas cuando se dirigían directamente a nosotros.

 

Clara tenía dos años más que yo

y sus confidencias me abrían las puerta de un mundo nuevo: el de las chicas de quinto curso. Algunas de sus compañeras ya habían tenido sus primeros escarceos amorosos. Un día me contó que tuvo un pequeño "afaire" con Isidro.

 

Fue durante el verano

en la caseta de baño de la piscina. Isidro se desnudó ante ella y rojo como un tomate no sabía qué hacer. Le acarició profusamente su pene, pero no obtuvo de él ni siquiera una erección. "Era como si no tuviera testículos… Ni siquiera intentó besarme" –se quejaba Clara mientras me lo explicaba.

 

Así fue cómo el único chico

al que yo tenía "acceso" desapareció de mi mundo. Naturalmente por el barrio corrían toda clase de chismes que llegaban a mis oídos porque los mayores creían que yo no me enteraba de nada debido a mi mundo infantil, aunque yo entendía ya lo que oía y… callaba.

 

Recuerdo que Marina,

una vecina del Pasaje dels Garrofers, pese a ser alta delgada y sofisticada en el vestir y en sus peinados, no lograba tener una relación que la condujera al matrimonio; puso un anuncio en La Vanguardia en el que decía que "buscaba hombre serio con fines matrimoniales".

 

Así conoció a Barroso,

hombre alto y corpulento que confundía su lentitud con la elegancia y su parco lenguaje con el carácter reflexivo de muchas personas de la época. Tenía la cabeza desproporcionadamente grande y su ancha frente estaba llena de arrugas horizontales, sus cejas muy pobladas y negras como su cabello lleno de brillantina.

 

Cierto día, pasados los años,

se discutió públicamente con un vecino en una cena en el Mas Guinardó y éste en su enfado echó mano a la cartera y sacó un recorte de periódico en el que constaba el anuncio que puso Marina para casarse. Desde entonces fue el hazmerreir del Barrio.

 

Los estudios se me daban bien

y debido a mi carácter hipofóbico se grababa todo perfectamente en mi memoria. Me encontraba bien en compañía de Clara y buscaba su presencia a todas horas. Ella parecía encontrarse a gusto conmigo pues le gustaba hablar y a mí escuchar.

 

De vez en cuando

me decía que me quería y me besaba. Era un amor, casi puro, en el que parecía que ninguna de las dos exigía nada de la otra. En cierta ocasión me quiso explicar lo que era el orgasmo y con motivo de ello me estuvo acariciando el clítoris en una butaca del cine Montserrat sin resultado alguno aunque sus besos me gustaron mucho. "Aún eres muy joven -me dijo- más adelante te gustará".

 

Con catorce años aún no menstruaba,

mientras que todas las chicas de mi curso ya sabían lo que era eso. A mí no me importaba, pero Clara insistía en que eso no era normal y preparó una entrevista con un primo suyo que era médico.

Fue de esa manera

que me vi desnuda por primera vez con un hombre, Abel –el primo de Clara- y cohibida totalmente. Durante la entrevista me hizo un montón de preguntas acerca de mi sexualidad. Mi total ausencia de emociones sexuales le excitó hasta el punto de preguntarme si quería ver a un hombre desnudo.

 

Yo asentí con la cabeza

simplemente por no oponerme como era normal dado mi carácter maleable. Se desnudó ante mí y me pidió que le tocara los genitales. Yo me negué. Su excitación aumentó hasta el punto de masturbarse, me tomó la mano y me obligó a tocarle el pene. Yo estaba simplemente asustada. Cuando eyaculó en mi mano no fue precisamente una cosa agradable.

 

Se lo expliqué todo a Clara.

Me abrazó y me besó diciéndome: "¡Vaya burro de primo tengo!". El incidente no me pareció especialmente grave, pero sí que me asombró a mí misma la poca excitación que me produjo ver a un hombre desnudo. Por otra parte tuve la impresión de que Abel, hombre casado, tenía más problemas sin resolver que yo.

 

Aquel verano todo fueron fiestas.

Clara me llevaba a bailar con los amigos a sus casas particulares donde los discos no paraban de llenar el aire lleno de humo que me hacía toser y los refrescos se mezclaban con algo de ginebra o ron.

 

Al bailar se apretujaban

los chicos y chicas como jugando a ser mayores. A mí no es que me desagradara colgarme del cuello de algún chico, pero no es que me chiflara precisamente. Prefería la conversación.

 

Encontraba aburridos

a todos aquellos muchachos que se esforzaban por ser originales aunque yo misma ponía voluntad para escuchar sus historias. De ellos sólo los temas estudiantiles –sobre todo de matemáticas- me interesaban, pues eran mayores que yo y con gusto escuchaba sus conocimientos.

 

El mes de septiembre

lo pasamos Clara y yo en Canet de Mar. Nos instalamos en una habitación en una casa de la su tía. No estábamos lejos del mar, pero nos alejábamos del bullicio caminando por la playa en dirección sur. La arena estaba caliente y la sentía como un alivio en mi barriga al tumbarme boca abajo directamente, sin toalla siquiera.

 

Carmen era según Clara,

una "cuarentona simpática" que no paraba de hablar y de quejarse de los hombres repitiendo constantemente que se quedaría soltera para siempre. Yo la encontraba guapísima. Lleva una cinta roja recogiéndole el pelo y mostrando una frente limpia de arrugas y su busto era como el de una diosa.

 

Recuerdo que mientras yo me tostaba la espalda,

contaba como el último pretendiente se desnudó ante ella diciendo: "anda disfruta lo que quieras". A lo que ella respondió que si no tenía algo de más valor que eso ya se podía ir; le abrió la puerta y desapareció. Clara reía, yo sólo escuchaba. Ésa y muchas otras frustraciones las contaba como algo divertido. Tenía otra forma de ver la vida.

 

Por la noche cuchicheábamos Clara y yo

en la oscuridad de nuestra habitación todas aquellas historias de su tía como si quisiéramos memorizarlas con la intención de escribirlas algún día. Yo me sentía tranquila y hasta cierto punto feliz teniendo a Clara junto a mí en la cama contigua. De vez en cuando estiraba mi mano y ella la tomaba cariñosamente como si fuéramos hermanas.

 

Estando tumbadas al sol casi al mediodía

y a punto de marcharnos se sentaron en la arena, junto a nosotras, dos chicos que según ellos nos habían visto varias veces en la playa. Después de cruzar unas cuantas palabras nos invitaron a subir a bordo de dos patines de esos que hay que pedalear para deslizarse sobre el mar.

 

Nada más alejarnos de la playa Clara

y su compañero empezaron a besuquearse. El muchacho que me había tocado en suerte no se atrevía a hacer lo mismo. Yo no quería mostrarme diferente y sorprendentemente para mí misma empecé a besarle. No sentía nada y él temblaba como un flan. Dijo que era de frío. Nos dirigimos a la playa para tomar el sol otra vez en la arena. Aquel chico pareció enmudecer y yo que no era precisamente habladora callé y me concentré en sentir la suave caricia del sol sobre mis hombros.

 

Por la noche Clara y yo cruzamos nuestras sensaciones:

Clara no sintió, al igual que yo, nada especial con aquellos besuqueos, pero mientras a mí me dejaban indiferente a ella le divertía conquistar chicos como si fueran trofeos de caza.

 

Una tarde mientras Clara dormía la siesta

Carmen y yo charlábamos en la terraza y tocamos el tema aquel que empezaba preocuparme: Casi con quince años aún no tenía vello pubial y tampoco en mis axilas surgía nada especial; mis pechos parecían dos incipientes trompetas y nada perturbaba mi bajo vientre. Carmen me dijo que me hiciera una "prueba de cartílago".

 

Me hicieron esa prueba

después del día de la Virgen del Carmen. En efecto, algo en mi sistema endocrino no funcionaba. Pero estuve de suerte: aún tenía cartílago por desarrollar. Me pusieron en tratamiento y en tan sólo seis meses crecí un palmo, mi pubis empezó a poblarse de vello grueso, negro, enroscado y mis pechos comenzaron a desarrollarse acompañados de un dolor parecido al de mis rodillas pero que invitaba a la caricia. Por las mañanas aparecían unas manchitas de sangre en las braguitas que finalmente se convirtieron en una menstruación "normal".

 

                                                                   Johann R. Bach

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