El desayuno
Es hora de levantarse.
Tu ángel ha penetrado en mi carne durmiente. Lo has matado luchando con sabiduría contra mi vientre, arrancado al contacto y al relámpago amargo que sabes agitar, quizá mejor que el verso.
En la noche mágica,
debí oírte respirar en profundos susurros y ahora te admiro por malgastar tu aliento: perdidos en la noche combatimos,
nos arrojamos juntos
a las fronteras de nuestras millas de soledad y vivimos, y nos separamos en la puerta donde el último toque de labios tenía la intención de bendecir.
Después del desayuno
que es en general café y una vista de la lluvia prolífica de Santiago y de la catedral vieja y gris mas con buen olor de helechos y mirra.
Pienso en toda esa gente que ha venido
a este lugar buscando la acogida y la bendición del Apostol. ¿Y han dormido aquí tristes y desnudos, solos en parejas que vinieron juntos y fueron jóvenes y blancos con alguna sugestión de inocencia?
¿O vinieron simplemente por venir
a chapucear un poco y a la larga se hundieron separados? ¿O fueron aún más viejos todavía y más allá del sexo, perdidos en espejos, contemplando su decadencia y qué sentido tenía la mañana para ellos?
Quizá en otro tiempo fue este cuarto
el cuarto de los criados. ¿Fue él un joven atlante como el mío con algunas pecas y el pelo trigueño?
¿Rió alguna vez en brazos de una diosa?
Seguramente la miraba
a través de la ventana y deseaba ser libre, su desayuno debió ser a base
de pan mojado en vino.
Al despertarme esta mañana miro a Manuel;
pienso lo bueno que es tener alguien con quien compartir el desayuno. ¿Cuántos niños habrá que al salir del extremo del alba tengan
apenas el dolor y la llovizna
por desayuno, despertándose siempre para ser saludados por la pobre fiesta de la luz del día?
Y a pesar de todo,
¡qué bello un desayuno de pan mojado en vino viendo por la ventana como llueve!
Johann R. Bach
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