10 abr 2014

Entre las enormes risotadas de un alma del mundo y la mía a la vez

LOS OJOS DE BETELGEUSE

 

Son las cuatro y todavía esta noche,

me hallo aquí en Os de Balaguer. Aquí en el regocijante viento, entre las enormes risotadas de un alma del mundo y mía a la vez,

 

la diosa Betelgeuse

y todas sus estrellas hermanas brillan como ojos vivos, con ojos que vislumbran un reconocimiento,

 

que vislumbran una señal

al otro lado de la acelerada oscuridad, a través de los abismos que separan la nada,

 

mas, como los anchos mares

que todavía traen a casa el flete del loco anhelo del hombre por una orilla más lejana, unen con un toque vivo, enteramente,

 

la vida con la vida misteriosa,

la extraña esencia del Pintor con la mía.

 

Betelgeuse vive;

aunque yo a sabiendas de que vive, en otra parte y de otra manera la doy por muerta,

 

y muerta más allá de toda esperanza,

pues en la infecunda e inanimada muerte hipotética –léase científica- de se especula que su color rojo brillante no es más que su sangre desparramada sobre lugares acompasados y tiempos documentados.

 

Aparentemente

sólo el fantasma de Betelgeuse trepa,

 

saca los ojos,

saca los ojos vivos y a otro sitio mira; sí, mirar, pensar, y estar en otra parte y de otra manera.

 

Aunque el aquí y el así,

en su derecho están, están en su derecho divino de enviar este aliento rojo de risas

 

pasando a toda prisa por la despejada oscuridad

y por todo mi ser; tienen un divino derecho e imprescriptible ahora de revelar la diosa sembrada de estrellas,

 

el derecho de hacerme sentir,

como incluso ahora, como incluso ahora siento, su viva presencia cerca de mí en la noche.

 

                                                              Johann R. Bach

 

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