LA CAIDA DE LOS ÁNGELES
Todo empezó con la caída de los ángeles…
Los continentes emergieron entre unos mares poco salinizados; el agua dulce de la lluvia permitió el brote de helechos entre las rocas y
La flor de árnica conquistó las cumbres nevadas,
las margaritas se instalaron a millones en los campos, las caléndulas –auténticos paneles solares- comenzaron a acumular calor,
las abejas inauguraron la primavera:
polinizaban toda clase de flores y sintetizaron la miel del romero, del tilo… y los peces se atrevieron a volar y habitar grandes espacios de aire cálido y
transportaron en sus bodegas
semillas de especies lejanas extendiendo la vida; y, de la diversidad, la luz reflejó en los cielos los colores de los mares.
Unas criaturas
a las que se les habían atrofiado las alas lo observaban todo. De sus ojos tristes surgió una chispa de entusiasmo mientras sus cejas peinaban la lluvia:
Todo empezó con la caída de los ángeles…
Tiempos duros habían de venir:
rocas secas en lugar de alimento, el peinar de abuelas y madrastras como consuelo, el cojear de famélicos animales domésticos;
tiempos de toses en los sótanos,
dolores de cervicales como símbolo del fracaso; el alejamiento de la hierba del hipérico en el momento del salto a través de la hoguera de San Juan;
tiempos en que la traición obligaría
a la muda abnegación del hombre a una conversación de toda la noche, mientras que la mujer había de llevar en los pensamientos leña para la quema de los falos;
tiempos, en fin,
en que toda ayuda, para la vida, sería poco:
inventaron para ello,
aquellos seres de luz blanca, la música sencilla, los cuentos para niños, el dibujo figurativo, el huecograbado y el arte rupestre, …
la poesía para soñar con esperanza
y para la cicatrización de las heridas sufridas en el delicado pecho por las decepciones y los abandonos.
Todo empezó con la caída de los ángeles…
Pero también ellos bebían vino,
partían el pan y se acostaban con mujeres mortales, y por eso, ebrios, buscamos de nuevo señales en los cielos,
entre las estrellas en noches sin luna.
Todo empezó con la caída de los ángeles…
ángeles como aquellos a los que oí musitarse entre sí mientras conducían el coche en el que me llevaban hacia las oportunidades de la juventud:
"¡Bajito, bajito, no le vayamos a despertar".
Johann R. Bach
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