10 feb 2014

Veo danzar la lluvia bajo el viento y espero a que el mar se calme.

ESPERANDO A QUE EL MAR SE CALME

 

El mar no siempre es un espacio

donde recrear la vista y apaciguar la ansiedad. Estos últimos días estamos asistiendo a sucesivos enfados de Poseidón.

 

Muchos espíritus han recibido

un golpe de viento arenoso; y porque son espíritus de seres humanos hay que quererlos.

 

Habría que besar esa crueldad

que suda sangre –esa crueldad sin forma ni color-. Tierra adentro, las flores extrañas aparecen en restaurantes y

 

salas de fiesta señoriales

donde las jóvenes vestidas de rojo –esas jóvenes a las que nada parece preocupar, jóvenes que se aburren-

 

se sienten más libres,

y el graznido de las gaviotas está ausente mientras que las nubes blancas aparecen…

 

Por supuesto

que todo ese contraste diviniza al hombre, pero no debemos olvidar que todavía vivimos entre los hombres.

 

Me viene a la cabeza, de repente una cosa:

Hace pocas semanas vi entrar en la sala donde daba una conferencia una joven a la que no conocía.

 

Sin decir nada,

depositó sobre mi altiva mesa situada en una enorme tarima un libro. Después salió de la sala.

 

Al final de la conferencia abrí el libro

y era un ejemplar de uno de mis poemarios “Los Múltiplos de Siete”. En medio de la sala ya vacía, comprendí muchas de las cosas que ahí había escrito yo mismo.

 

¡Ah, qué regalo tan rico en contenido!

 

El texto estaba lleno de anotaciones

fáciles de interpretar. Era como si aquella joven había llenado las páginas de comentarios con la esperanza de que yo los leyera.

 

Ahora reposa

en mi estantería preferida y desde ahí lanza su grito solitario. Todo sucede como en la metáfora que emocionó tanto a Tolstoi que le incitó a escribir una novela:

 

sintió golpear a la musa en su pecho

al leer que el cardo sabe que le ha llegado su hora y pese a saberlo quiere mantenerse en vida y sacar una pequeña flor.

 

Releo mi propio libro “Los Múltiplos de Siete”

y los comentarios sobre él escritos con una caligrafía redonda me recuerdan que

 

la soledad me hace sentir la infinitud

 

y que así debió ser la sociedad antes,

quizá no tan caótica (o menos apresurada), tan sórdida, tan extravagante e inestable.

 

Y así es cómo el espíritu de los jóvenes

toma cuerpo ante mis ojos. Algunos de sus comentarios son crueles o lo quieren ser,

 

más no hay más remedio que amar

ese espíritu lleno de sangre al que el dolor roe por dentro porque me hace saber que estoy vivo (y todavía vivo) entre los hombres.

 

Con esos pensamientos en la cabeza

miro a través de la ventana, veo danzar la lluvia bajo el viento y espero a que el mar se calme.

 

                                                           Johann R. Bach

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