A RITMO DE YOUNG
La primavera en Berlín empieza en mayo,
concretamente, para ti, el día 18 -un día tomado por la fiebre- envuelto en sudores ácidos que riegan tu carne y la funden con las sábanas revueltas.
Mientras sales y entras
como puedes en el sueño,
te consuela pensar
que por una vez tu cuerpo ha encendido a tiempo una pequeña y doméstica llama con la alegría de un concierto en la Filarmónica, y
bajo los árboles
como adolescentes en un pequeño utilitario, el fuego que ha de quemar los residuos de la soledad del invierno.
La gente pasea tranquila
y bien vestida junto a un rio flanqueado por frondosas filas de árboles, imantado por una luna que hace dos noches viste inmensa y colgada sobre el Tiergarten
por encima de la estatua de la Berolina.
Te conmueve el contraste
entre la formalidad del paseo y la violencia del agua, como si camináramos junto a la caseta de las fieras en el zoo de Hamburgo.
Esa convivencia de Berlín y la jungla,
la densidad del agua cargada de minerales pesados, su vegetación de espuma sin olas voraces te ha hecho reflexionar durante el regreso al ritmo de “Down theRiver” de Neil Young
grabado en el pendrive
y que a través del USB arranca con fuerza en los altavoces de un mínimo auto que quiere crecer.
Uno de sus típicos tiempos medios
con aire de blues y estribillo hímnico te remueve todos los compases clásicos anclados como buques pesados en tu mente.
A pesar de ello estiras el cuello,
desvías tus ojos hacia el altavoz de la portezuela.
Hacia el minuto dos de la canción
tus cejas se arquean de forma inquietante, la guitarra sucia de Neil comienza a improvisar:
Es un solo
por llamarlo de alguna manera. Sabes que técnicamente es uno de los desacordes más pobres que recuerdas, hasta el punto de arrancar con una sola nota
tocada con insistencia,
percutida más bien sobre las cuerdas medias, que basa todo su efecto en el aire autista y como alucinado con que llena el intervalo entre dos golpes de caja.
Son notas confusas,
pero funciona; y muy bien, a condición de que sigas escuchando, sin demasiada atención, como un ruido cotidiano capaz de ir y venir a su antojo.
Lo mismo repitió Young años más tarde
en el arranque violento de “My, my, hey, hey”, una auténtica máquina de escupir grasa y alquitrán sonoros.
No comprendes
cómo este es el mismo hombre que ha compuesto joyas flotantes como “Old Man” o “Harvest Moon”, pero admites que Neil siempre entendió
como pocos que la belleza del Rock and Roll estaba más
en la convicción del gesto,
la intensidad rabiosa con que se acopla a los latidos de la sangre, que en la precisión o la claridad del movimiento.
Neil lo entiende
en un plano visceral,
de ahí su fuerza.
Parece que por fin comprendes
que basta con rasguear la guitarra acústica o empezar a cantar con esa voz que siempre vacila al borde de la rotura o el falsete desafinado.
Pero por carácter o
por educación eres incapaz de esos extremos.
Johann R. Bach
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