UN FRÍO FEBRERO
Se podría decir que el frío intenso
del mes de febrero es la revelación al cuerpo de cuál será su temperatura en el futuro, o bien
el suspiro de la tierra
por su rico pasado galáctico, su horror helado.
Las mejillas enrojecen como un rábano
incluso aquí en la península del Cap de Creus contradiciendo el buen clima del sur de Europa.
El cosmos siempre rezuma ágata opaca,
y la respuesta de la llamada con paquetitos de luz –como en el lenguaje Morse- corre silbando sin encontrar al operador que la recoja.
Se podría decir que en febrero
las ramas del sauce se vuelven lilas y que sube el precio de la imprescindible zanahoria del perfil de los muñecos de nieve.
Bajo la poblada ceja,
la mirada sobre el objeto frío, sobre una estatua de mármol por ejemplo, es más cruel que el propio mármol.
Pero para perder de vista un frío pedazo de metal
no se precisa ningún derramamiento de sangre.
¿No es cierto
que es así como Dios debió contemplar la labor hecha el octavo día y los siguientes?
En febrero, en lugar de coger moras,
se tapan las grietas con astillas de madera y brea, se valora mucho más el bien común, la familia, el calor del hogar y las cosas se vuelven un año más viejas.
Durante las heladas
las aceras parecen estar hechas de azúcar caramelizado; el vapor de agua condensado de la boca sale más a menudo en las casas donde no te han invitado.
Mi vida se ha expandido
–yo también nací en febrero-. Como mínimo, sólo con los augurios concretos habría más que suficiente para una segunda vida.
Se podría decir
que es posible crear un paisaje o un clima solamente con augurios. Mejor si en ese lugar no hay gente,
de un blanco virginal
sobre un mantel de vichí a cuadritos azules minúsculos, un mundo del que no se habría oído hablar de él en Londres o París;
un mundo donde la luz dispersa
generaría los días de cada día, donde te inquietaría si descubrieras las huellas de alguien que acabara de pasar con sus esquíes.
El tiempo en febrero
suele ser frío en este singular paisaje del Cap de Creus; el vidrio florece en los recodos de los caminos como un bordado complicado:
El marco es una jungla cristalina
de cola de caballo, hinojo abarrotado de caracolillos y todo aquello que ha hecho crecer la soledad.
Pero, como un busto en un nicho,
el ojo del invierno tiende a ponerse blanco más que a llorar.
Johann R. Bach
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