LAS CASAS VIVEN Y MUEREN
Una tras otra
las casas se levantan y se derrumban, se desmoronan, las amplían, trasladan a otros lugares sus piedras, vigas y partes enteras de puertas y ventanas,
las demuelen y a veces las restauran,
pero al igual que las cucarachas, las casas viven y mueren:
Hay un tiempo para la construcción,
un tiempo para habitarlas y engendrar y un tiempo para que el viento arranque el cristal desprendido -de los junquillos carcomidos-
sacuda la tarima
en que trota el ratón de campo y, el tapiz en jirones donde se halla bordado un lema silencioso que recordará a una ciudad antigua.
Durante mucho tiempo
sobrevivirán las aceras donde uno se protegía tras la fila de árboles de los vehículos que pasaban.
Entretanto las estrechas calles peatonales
insisten en continuar -con sus luces encendidas- mostrando su orgullo como si fuera imposible otra cosa.
Hasta la ciudad hipnotizada
bajo el calor eléctrico ha perdido el temor y en la neblina cálida, la luz sofocante es absorbida, no refractada, por los ladrillos rojos.
Duermen las dalias
en el silencio vacío que precede a la lluvia. Esperan al primer búho que llegará con la noche.
No debiéramos hablar
de la sabiduría de los ancianos sino más bien de su locura, su miedo al miedo y al delirio,
su miedo a la pérdida de memoria,
a la posesión, a pertenecer a otro, a otros, a Dios.
La única sabiduría
que podemos esperar adquirir es la sabiduría de la humildad: La humildad infinita de reconocer que todas las casas que se construyeron no eran más que repetición de erigir castillos y que tarde o temprano
las casas yacerán bajo el mar.
Johann R. Bach
No hay comentarios:
Publicar un comentario