24 mar 2013

SEMANA SANTA EN ROUEN

              DOMINGO DE RAMOS

Al anochecer el padre,

derrotado por el duro trabajo, pareció convertirse en un anciano; en medio de la penumbra de las habitaciones el rostro de la madre se había petrificado y sobre el joven, ya endurecido, se acumulaban todas las maldiciones heredadas.

 

A veces el muchacho

recordaba su infancia, plagada de enfermedades que sufridas una a una no eran graves, pero consideradas en su conjunto justificaban una delicada salud llena de terrores nocturnos.

 

Los juegos ocultos,

en ese jardín estrellado de su imaginación, se llenaban de ratas de ojos saltones que atemorizaban a cualquier gato que pasease por el patio crepuscular.

 

Absorto en sus pensamientos,

veía surgir, del azul espejo de su armario, la imagen sutil de la hermana y se dejaba caer como un moribundo en la oscuridad con la mandíbula caída como un fruto rojo, con el ánimo inerte: las estrellas resplandecían sobre la muda aflicción.

 

Sus pesadillas llenaban toda la casa de los padres.

Soñaba a menudo que atravesaba con cierta alegría el camino del descuidado cementerio, y en algunas ocasiones se había sentido vívidamente dentro de una cámara mortuoria;

 

Examinaba uno por uno todos los cadáveres

y en su ardiente pensamiento creía ver las manchas verdes de putrefacción hasta en sus propias delicadas manos.

 

Al amanecer se despertaba sudando

y casi arrastrándose se acercaba hasta el portal del monasterio donde las monjas ya se disponían a repartir los pequeños bocadillos hechos con pan ya algo duro del día anterior.

 

En aquella ocasión,

justo en el día que cumplía su cuarto múltiplo de siete (veintiocho años), la mismísima madre superiora le entregó una carta. Confundido ante tal eventualidad, comenzó a leerla: era una pura recomendación para presentarse en la mayor empresa metalúrgica de Rouen.

 

Sucedió, por pura coincidencia quizá,

con el Domingo de Ramos. Notó calor en el estómago y una extraña tranquilidad. Al día siguiente lo admitieron a trabajar como "aprendiz de electricista".

 

En tan sólo una semana su peso aumentó,

su ánimo pareció cambiar radicalmente: sus hombros parecían levantarse, sus párpados se levantaban como el sol, veía más luz en el cielo y sintió por primera vez en su vida que la sonrisa de las muchachas le llenaban de gozo.

 

Llegó a ser el electricista más hábil

de cuantos habían pasado por aquella empresa.

                                                                                              Johann R. Bach
                                                                                    Mail: johannboss@mail.com
                                                                                    Web: www.homeo-psycho.es

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