RODEADA DE NIETOS
Estas desnuda y te miras en el espejo
mientras esperas que del grifo del lavabo surja el agua caliente, miras tu cuerpo, y observas como pierdes redondez,
cómo te sobresalen las crestas ilíacas,
cómo se te enrojece la piel de los tobillos y como los juanetes se inflaman.
Notas como las articulaciones adquieren
la rigidez del sílex y como los pezones, retraídos, parecen embudos; los músculos de tus brazos se aferran al hueso como cuerdas secas.
En tu rostro destacan las oquedades
de unas sienes grises y también bajo los pómulos: la erosión resulta visible aunque las verrugas, por alguna razón desconocida como alma, se ocultan bajo el cabello.
No percibes zonas muertas,
pero las resinas se han vuelto amarillas, los esmaltes tristes y las callosidades prosperan bajo tus delicados pies.
Tu cuerpo se ha llenado de arrugas
y todos esos signos no son más que la radiografía superficial de tu espíritu; y, sin embargo, tus palabras siguen creando un lenguaje fluido y entusiasmo.
El agua caliente corre ya
llenando la bañera esperando la fragilidad de tu cuerpo, intuyes la necesidad de una dieta mínima y que la sangre circula por venas y arterias como un consuelo.
Después del baño
te vestirás para asistir, con la mejor de tus sonrisas a la cena de tu cumpleaños como si el tiempo se hubiera detenido cuando cumpliste los veinte.
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