27 mar 2013

LA SAL del libro "TUS MEDICINAS"

         SAL COMUN O SAL MARINA:

                            (Natrium muriaticum)

 

Solitaria y muda la playa,

ceñidas de espuma sus sienes juega con el agua viendo como resbala sobre la arena, fragmento de rocas otoñales.

 

En la boca reseca, el gusto

de la sal de todos los mares ahoga el gemido vespertino y aflora la afonía con el paseo.

 

La sal que dejaron las mareas

de los días al derrumbarse dosifica el amor y la vida.                          

                                                                                                           Elisa R. Bach

 

En cierta ocasión Fermín me llamó desde Shangai preguntándome cómo podía librarse de una diarrea persistente que lo tenía postrado en el hotel. Le dije que me describiera todo aquello que tenía en la nevera. El zumo de naranja se hallaba entre las cosas que había en aquella nevera, (como en casi todas las neveras de un hotel). Le dije que mezclara en ese zumo una cucharada de sal y que se lo tomara. La diarrea cedió.

 

Se podía haber usado también una bebida de cola que, en pequeñas dosis, también hubiera ido bien aunque más lentamente.

 

Con la sal podemos fabricar muchos medicamentos basados en su propiedad de absorber agua. Una aplicación importante y muy útil es la preparación de medicamentos contra la deshidratación. Esto merece una pequeña explicación.

 

Hace millones de años –probablemente- la especie de la cual hemos surgido vivía sin ningún problema como "pez en el agua". El mar primigenio tenía una salinidad menor a la actual (unos 100 millones de veces menos). Los ríos y los torrentes fueron depositando, por arrastre, sales minerales al igual que lo hacen ahora hasta aumentar la salinidad de las aguas marinas a un nivel que imposibilitaba la vida de muchas especies.

 

La existencia de mares tan salados que hacen imposible la vida como el Mar Muerto corrobora esa tendencia por parte de muchas especies a abandonar el medio salino en busca de agua dulce, es decir, menos salada.

 

Multitud de investigaciones y la práctica clínica han mostrado que el equilibrio de los líquidos en el interior de los organismos vivos depende de la sal. Pero si hay exceso de sal malo y si hay déficit, peor. Un desequilibrio en la cantidad y en la distribución de la sal produce múltiples síntomas, enfermedades o síndromes alterando la salud.

 

Muchos signos señalan la alteración del metabolismo de la sal en el organismo y que un experto clínico los descubre sin dificultad, pero mucho antes de que la salud se altere se puede observar una fisura mediana en el labio inferior. Ese signo ya demuestra que empieza a haber sequedad (deshidratación) en las mucosas y en la piel. En ese caso podemos ya proceder a administrar una medicina preparada por nosotros mismos a falta de otros auxilios sanitarios.

 

La medicina más importante de la vida

 

Se toman 50 granitos de sal común (mejor si es sal marina por su composición iodada) y se introducen en un litro de agua. Se agita bien la botella o envase contenedor del agua y ya está a punto para ser bebida a lo largo del día. Al día siguiente se preparará otro litro de agua y así en días sucesivos. No se debe guardar el agua así preparada más de tres días y siempre en la nevera.

 

El agua de lluvia destilada no es potable si no la sometemos a un tratamiento con sal en la forma indicada (en este caso se ha de diluir una cantidad algo mayor: unos 100 granitos de sal por litro de agua). En Berlín se suele beber el agua del grifo y en consecuencia hay mucha deshidratación entre la población. En Berlín no hay montañas de las que pueda descender el agua mezclada con sales minerales. En Barcelona ocurre lo contrario: el agua que baja desde Los Pirineos ha arrastrado (y diluido en ella) gran cantidad de sales minerales antes de llegar al mar.

 

¿Qué podemos curar con la sal preparada de esa manera?

 

·         Problemas de desnutrición y adelgazamiento (de la parte alta del cuerpo) a pesar de un apetito voraz.

·         Deshidratación a pesar de una intensa sed y deseo de sal.

·         Psiquismo hiperemotivo: depresión agravada por el consuelo. Rehuye los contactos humanos (se acepta bien un animal de compañía).

·         Edemas localizados y limitados: párpados, dedos, maléolos.

·         Frilosidad, sobre todo de las extremidades con aversión al calor.

·         Enfermedades que sobrevienen a la orilla del mar y sobre todo al retorno de un día de playa.

·         Anemia, después de pérdida hídrica en sujetos pálidos y delgados (hematíes dendríticos –ramificados-)

·         Leucopenia medicamentosa: Quimioterapia.

·         Diabetes insípida: polidipsia, poliúrica, adelgazamiento.

·         Enfermedades del bazo, de órganos hematopoyéticos.

·         Sintomatología después de absorción masiva de quinina; secuelas del paludismo.

·         Cefalea pulsante; como un clavo; con lagrimeo; por exceso de calor.

·         Cefalea y migraña de los estudiantes.

·         Visión de destellos, rayos.

·         Neuralgias faciales; del trigémino o d'Arnold.

                SAL DE GLAUBER

(Sulfato sódico o Natrium sulfuricum)

 

Me lavé los dientes 

con sal de Glauber y después de blanquearlos bajé a la playa. No tenía ganas de volver al Hospital.

 

Sin saber a dónde iba

me senté en la arena, mi mirada se fijó en el horizonte; las luces rojas del cielo se encendieron; incorporada lentamente y con los pies rozando el agua cálida de julio de aquel verano cobalto, anduve durante algunos minutos.

 

Vestida con una falda azul,

una blusa blanca y vambas rojas me introduje en el mar como una Alfonsina Storni o una mítica Virginia Woolf a pesar de que era ya muy tarde.

 

Las luces de los pescadores ya flotaban

en el concurrido mar y en el agua se quemaban las preguntas y sus silencios extraños.

 

Nadando alcancé la boya roja, 

la que se esconde como el sol, pensativa, al otro lado de las barcas. Cerca ya de la línea del horizonte, solitaria y perdida en el crepúsculo,

 

adentrada ya en un pleno mar de destinos,

sintiendo la inquietud que conmueve como adentrarse en un poema o en una larga noche de amor desconocido.

 

Con la angustia de saber

que allí el mar era profundo como ojos negros, me estremecí al verla de pronto sobre las aguas.

 

Una mujer mayor,

de cansada belleza y el pelo blanco recogido, se me acercaba nadando con brazadas serenas. Su rostro reflejaba familiaridad; parecía venir de algún yate cercano.

 

Cruzándose conmigo

se detuvo un momento mirándome a los ojos: No he venido a buscarte -dijo- sólo voy de paso hacia aguas más frías.

 

Me despertó el calor,

un rumor de voces y el ruido de una moto que cruzaba la calle con precaución para no atropellar a nadie.

 

Era ya media mañana,

el cielo estaba limpio, sin nubes, con el aire en calma, el sol estaba ya muy alto y el calor resbalaba sobre la piel como sobre un mástil en agosto.

 

Bajé a desayunar

a la terraza de un bar contemplando aún aturdida la bulliciosa gente del paseo marítimo.

 

El mar parecía una balsa,

estaba infestado de bañistas y en la ardiente arena cientos de cuerpos desnudos yacían tostándose bajo el sol.

 

En la portada

del periódico local el nombre de la ahogada no era el mío.                                

                                                                                                         Elisa R. Bach

 

Historias divertidas y chistes se regalaban todas las noches junto a las playas de la Costa Brava, como en otras épocas, en la década de los 70. Era una época optimista en la que los campistas se desvivían por llevar el buen humor a todos. Acogedoramente también se trataba a los turistas extranjeros. La gente estaba ávida de conocer y compartir la vida de todos.

 

En una de esas noches del verano del 76, cuando el frescor de la noche empezaba a acariciar las ardientes pieles tostadas, los campistas se iban acercando al pequeño núcleo que se distinguía por las risas que contagiaban la atmósfera de aquel rincón del camping. Antes de comenzar la Tertulia del Buen Humor alguien preguntó a una doctora qué podía hacer para curar su maltrecha dentadura. La respuesta fue sencilla y tajante: el mejor dentífrico es el agua de mar (agua con sal). A partir de aquella noche todos los campistas se lavaban los dientes en el mar. 

 

La doctora amplió la información a todos aquellos que con curiosidad preguntaban si eran buenas otras sales. Realmente allí se desaconsejó con vehemencia el uso del bicarbonato sódico pues amarilleaba los dientes y también la sal de Glauber (sulfato sódico) para blanquearlos debido a sus efectos tóxicos (diarreas, etc.).
 
                                                         Johann R. Bach
                                               Mail: johannboss@mail.com
                                               Web: www.homeo-psycho.es

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