DESAYUNO EN SOLEDAD
Como cierto argumento errado
a favor del placer de un desayuno en soledad, sin sitio a donde ir en la terraza de Terra junto a la iglesia de Sant Joan de la Virreina,
se depositan aromáticos cafés una hora antes del horario acordado.
Párpados caídos
de antiguas soledades, fotografían con sus semicerrados iris la mínima taza servida sobre una mesa metálica a modo de bodegón como recuerdo.
Un joven sol,
unta en los árboles y el templo de la plaza su música; se rompe el silencio y poco a poco va cediendo su lugar al bullicio habitual de la mañana.
Oigo y entiendo a mis espaldas
páginas, párrafos y frases que relucen al escribir en líneas cortas.
Lo resistente,
lo que no he comprendido recibe un rayo igual -bellísimo e inútil después de la maravillosa madrugada llena de dulces sombras blancas en las que hemos flotado tú y yo.
De pronto mi mente recibe
un golpe de atención: he de volver a la prosa tranquilizadora de la lógica cotidiana.
No me asombran esos vuelos
sobre mi ignorancia y mi saber, aún con tus besos filatélicos en la brasa jadeante del amanecer.
Me asombra una obviedad:
el polvo que no ceja. Me asombra que alguien esté permanentemente pensando en él, como si oyera su mudo sedimento.
Me asombra
ver cómo se prepara para una batalla sin cuartel; como la planifican
con días de antelación.
Me asombra
que lo consideren más poderoso que este rayo de sol y su lujo raído.
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