26 nov 2012

ELEGIR BIEN A LOS COMPAÑEROS DE VIAJE

                                                     Fisterra

               LOS COMPAÑEROS DE VIAJE

 

Recorre Hermes el mundo.

Al final de un sendero, junto al bosque, se detiene a beber en una fuente. Junto al caño se encuentra sentado un ciego y su fiel guía un can educado en francés.

 

Es una hora temprana

en la que los duendes ya se han ido y las lechuzas han abierto con sus enormes llaves los caminos que conducen a Fisterra.

 

Soy un dios- dice Hermes

sin modestia pero cortésmente-.

 

(El sabueso olisquea sus pies

asombrado por las alas de sus sandalias). Después de haber ayudado a tantos y tantos a cruzar las puertas del Inframundo, me siento solo.

 

También me siento triste –insiste-

porque los humanos traicionan a los dioses. Anhelamos animales, instintivos y mortales. Sí, sí, eso es. Mortales. Pero con cualidades de sensibilidad, humildad y elegancia de semidioses.

 

¿Era pedir demasiado?

¿es que un dios no tiene derecho a soñar?

 

Al atardecer Hermes le dice al ciego:

"después de haber estado viajando todo el día, nos sentaremos bajo un roble. Y entonces te diré que me siento viejo y quiero morir".

 

Será una mentira,

pero necesaria para que tu compañero me mire a los ojos, comprenda mi infortunio y me lama las manos.

 

Por supuesto- responde

despreocupado el ciego- Mi guía lamerá tus manos tan frías y aspirará su extraño olor lo mismo que yo. Nosotros vivimos gracias al tacto y el olfato

 

Caminan y caminan a buen paso

por el Camino de Santiago hasta encontrar una estrella. Soy Hermes –dice el dios poniendo la mejor de sus mejores caras (la caliente. La otra es fría) ¿Te gustaría acompañarnos hasta el fin del mundo?

 

Allí llevo a este pobre ciego

para darle miedo y que apoye su cabeza en mi hombro.

 

Conforme –dice la estrella

con voz frágil de cristal-. Me da igual adónde ir. Y eso del fin del mundo es una ingenuidad. Desgraciadamente no hay ningún lugar que tenga esa condición.

 

Caminan durante largas jornadas

siguiendo el curso de un río que se parece al Rio Leteo. El ciego y su perro, Hermes y la estrella que va dejando tras de sí una brillante estela sienten que sólo hacen lo que estaba escrito.

 

La estrella cuenta su biografía;

más por egolatría que por animar el aburrido viaje. Breve, pero apasionadamente como todo lo que hacía, se enamoró de un recién llegado al Concierto de las Naciones y de Lenin.

 

En su juventud la Estrella se había colgado

-nunca mejor dicho- del cuello de la Locomotora de la Historia. Presumía saberlo todo de los griegos y poseída por la visión de una Hélade de fantasía

 

sólo pensaba en su imposible inmortalidad:

 

de manera frívola reveló

sus secretos de corazón y de alcoba en un libro merecedor de censura titulado My Life, ignorando que lo erótico debe ser secreto y la santidad pública.

 

Era evidente que se había ganado

la enemistad de Eurípides que le asignó un papel trágico y predijo su colapso antes de la Era de las Cejas Gruesas instaurada en el Concierto de las Naciones por Leónidas Brézhnev.

 

Van cogidos de la mano.

Hermes piensa que, si alguna vez vuelve a salir a buscar amigos con los que viajar, con los que llegar a un acuerdo, ya no será tan sincero.

                                                                                    Johann R. Bach
                                                                      www.homeo-psycho.de

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