El Triunfo de Galatea
¡Oh noche!
Sé que me llamas
al claro del bosque junto a rocas de oro y jacintos, pero aún no he encontrado el hilo de Ariadna que me conduzca a la salida de este laberinto.
Sé que me llamas
Para conducirme junto a Acis desde el ámbito en que la claridad es un diamante, pero aún no puedo oírte desde la sangre.
¡Oh noche!
No ignoro
que me llamas a la verdad sobre tu espacio ciego de crisol, pero me cuesta oírte desde el carbón. Camino y no veo mi propia sombra ni cómo mi sangre forma un rio; la luz de las estrellas se me muestra confusa entre tantos negros nubarrones.
Sin luna sólo veo piedras,
no la idea en que la eternidad podría abrirse ante mí y limitar mi pena y que todo lo que te imita es pura conminación de la intención.
¡Oh noche!
Sí, sí. Oigo tu llamada
a despedirme del Monasterio, a abandonar el sendero de su rosada bruma en el que he vivido con luz inexistente y que tantas veces soñé con ello.
Sí, sí. Oigo tu llamada
a abandonar la confusión que me aproximaba al tormento rojo, entre lamentos roncos y reflejos, pasión de soledad desolada. Sí. Bendigo tu paciente llamada desde las puertas abiertas ardiendo que me abres al otro lado de los muros del Monasterio.
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