FRANJA DE CIELO CLARO
El acimut del sol está ya muy alto
en el mediodía del hipérico y
su alcaloide rojo se desborda
por los márgenes de los campos
descuidados o simplemente abandonados;
El resplandeciente polvo de oro
se levanta al final de la ladera.
Es una nube de apoteosis
en la que todo se funde o desaparece
como el silbido estridente de un tren antiguo.
Sales a la terraza a reconocer haber dado
parte de tu alma por una franja de cielo claro
en el horizonte.
Abajo, en la solitaria avenida, cargada de palmeras
unas farolas crudamente reales compiten
con las estrellas que tiritan en el cielo
y sosiegan la extravagancia de los sueños.
Aquí es donde tienes que quedarte y
luchar contra la acometida de los nervios que te
descarrían.
Tu verdad y tu locura se liberan eximiéndote
de toda la responsabilidad de tus actos.
Sin embargo, no has hecho nada tan bajo.
Sabes que un árbol sigue siendo un árbol
si ignoras cómo de su madera
se hace otra cosa -como por ejemplo un armario.
Pero a veces faltan los medios para ser tan simples
como las cosas inertes. La oscuridad y la luz
nos transforman. La sensibilidad
exacerbada por el exceso de café en la sangre
suele distorsionar la realidad
y se puede convertir en una triste
herencia de la que se podría prescindir,
pero sospechas que es un enemigo,
indispensable, al que hay que combatir,
sin vencerlo nunca totalmente
puesto que la pasividad y la inanición
es una estupidez.
El equilibrio estable parece lo razonable.
El entusiasmo y la frialdad
y no el uno sin la otra emergen como una idea
necesaria para tu mente, pero todo ello
no es posible sin tropezar en obstáculos.
Tus talones golpean a cada paso el piso y
tu mano coge un vaso los días de calma
y eso es todo.
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