Como el mismo tsunami que al final,
cuando desembocó rompiendo los diques
por el exceso de presión de la ola,
se abrió paso por última vez,
entre las Viejas Autoridades de Fukushima,
la voz del sabio hibakusha Hiro Shoko1.
Cómo fueron derrotados los que se reían,
cómo dejaron en suspenso, todos,
corazón y manos, cuando de una boca
surgió un fragor como el propio tsunami
al hablar ante El Consejo de Ancianos.
Y unos miles volvieron a quedar asombrados
como en el Gran Día del Mercado de Flores,
pero estaban dentro de él como las abejas,
dentro de los límites de sus cortas vidas.
Tanto temblaban que, aterrorizados,
indefensos, vencidos, se revolcaban
sin darse cuenta de que él, en Tokio,
llamaba por su cuenta al mar: "Detente!"
Y Neptuno, como un sirviente atemorizado,
sujetó las olas sobre la estirpe mortífera
hasta que las manos le hicieron daño, sólo
porque uno de ellos quiso que se detuviera.
Y este uno fue él, fue aquel viejo
de quién pensaban que ya no valía
porque ya tenía ciento diez años.
Alzándose, los hizo entrar a sus tiendas.
Fue como si la suave lluvia fuera granizo
sobre los tallos ya arrasados:
«¿Qué le queréis prometer a Neptuno?
Innumerables dioses os rodean
esperando que elijáis.
Pero, al elegir, Pangea os aplastará»
Y después, con orgullo incomparable dijo:
"Los de mi casa y yo todavía creemos
que podemos calentarnos con el Sol".
Todos gritaron: "Ayúdanos, y danos una señal
y fuerzas para esta elección "
Pero, como hacía años, lo vieron callado
subiendo hacia su ciudad fortificada
con naranjos. Y luego ya nada más.
Esta fue la última vez.
Elisa R. Bach
1)Superviviente de Hiroshima.
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