9 ene 2017

-Parece, amigo Quentin, que no todo está decidido pues bajo las estrellas que silban el niño crece,


SEDIENTOS COMO LA HIERBA

-Mira Quentin, esas diminutas figuras que se mueven el jardín como ávidas hormigas que no pueden ni imaginar que las observamos desde estas Mansardas.

¡Qué mundo el de ahí abajo!
¡Qué sombras siguen cerniéndose sobre el hombre! Sigue subiendo el precio del centímetro cuadrado de los solares junto al mar.

Flotando sobre la brisa marina
una sola voz es extraña. A los gorriones les molesta y buscan cobijo detrás de los muros colonizados por la hierba.

-La letra de esa canción
les exhorta a dejar sus plumas y sus delicados huesos sobre las olas pero, dime Ermessenda ¿es el hombre blando y sediento como la hierba?

-Desde luego amigo Quentin.
Insaciable como hierba diría yo; sus nervios, es raíz que cunde. Una novena parte de los hombres se enredan en sus bienes mientras que otra novena parte dan discursos. Pero de qué sirven bienes y discursos contra los partidarios de la acción hombres que se alteran fácilmente con las guerras.

Sólo una novena parte de almas es blanda,
un manojo de hierbas, labios y dedos que ansían un pecho blanco, ojos que se entrecierran al resplandor del día aunque con pies que correrían, sin que importe la fatiga, a la menor señal de una ganancia.

-¿Es sólo eso lo que da la vida?

-¡Ay Quentin! La cosa se complica al constatar que lleva el viento polen atómico y enrosca la luz. Lleva, sí, polen herido a las flores sedientas. Las abejas abren la lengua volando en sollozos, enferman y son pasto de agresivos pájaros mientras que la primavera se siente amenazada.

-Pero ¿ya no es tiempo de plantar, tiempo de cosechar?

-Parece, amigo Quentin, que no todo está decidido
pues bajo las estrellas que silban el niño crece,

le duelen los huesos
y se dispone a abrir el corazón antes que el desierto se adelante y lo seque todo. Otros gorriones, tímidos, al ver el color del grano hinchado, crecido, se emocionan y les late su corazón con fuerza, su pulso lleno les predispone para digerir el alimento teñido de átomos negros y duros.

Después del lluvioso otoño en la cañada,
la nieve invade las calles de las ciudades y los pastizales para el ganado, los campos de cereales creando la urgencia egoísta de sacar provecho de la sangre ajena, de romper la cáscara de la almendra…

Aún no se ha apagado la lamparita
que ha de alumbrar la primavera.

                                                            Johann R. Bach       
       

1 comentario:

  1. PATRICIA

    ...y aún no se ha apagado la lamparita
    que ha de alumbrar la primavera.
    Me encaaaanta!

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