LA CHICA DE KIEFHOLZSTRASSE
Cap. 2
• El fuerte crecimiento del impúber
PHOSPHORICUM ACIDUM C30
Me desperté sin frío ni calor,
me sentía bien, la nieve rosa se asomaba a la ventana de la cocina y todo estaba listo para ir a la escuela. Era el primer día de escuela a Baumschulerweg, una escuela para niños un poco mayores, de 10 a 16 años.
Esperé durante un buen rato
impaciente y contenta a tres amigas que se ofrecieron para acompañarme en el primer día de clase. Me regalaron un lápiz y una goma de borrar.
Yo me sentía contenta y animada
porque además tendría la oportunidad de ver Baumschulenweg y comprobar, como me habían contado, que había bonitas tiendas y que se veía gente por la calle a todas horas. ¡Tan distinto del barrio del lado del cementerio!
Durante el verano de aquel mismo año crecí 8 cm y según lo que decían todos, aún tenía que crecer más porque mis padres eran bastante altos. Me sentía delicada por dentro y fuerte por fuera, como una ciruela cuando empieza a madurar.
Me miraba en el espejo y observaba durante largo rato mis largas pestañas, los labios carnosos, y la tez fina y grasienta con comedones, pero algo triste; como si faltara algo.
La vecina ya no era "vecina".
Se había convertido en mi segunda madre, parecía feliz ocupándose de mí, de mi hermano y de vez en cuando de la colada que le llevaba mi padre.
Desde que se quedó viuda
nunca había estado tan contenta. Ahora se cambiaba de ropa a menudo y estaba dispuesta a salir de paseo por el bosque o por Kiefholzstrasse hasta el puente para ver cómo se ponía el sol entre las aguas del canal y los árboles.
Cuando caminábamos juntas,
cogidas de la mano, me parecía una mujer segura de sí misma y su ternura me colmaba de gozo. De vez en cuando me miraba y me sonreía:
yo era su muñeca querida,
pero ella para mí lo era todo porque poco a poco había conseguido que el aire fresco de la mañana y el desolado paisaje llegaran a ser casi agradables y familiares.
Me sentía crecer física y espiritualmente. Y lo deseaba…
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