MEMBRILLOS EN LA FARMACIA
Más de una vez permaneciste
-cuando un dios de bata blanca
acercaba sus labios
a la copa del cuerpo de Baco
y el diablo no dormía
ni dejaba dormir-
Más de una vez permaneciste,
acompañando a tu tía
junto a la ventanilla
de la farmacia de turno
con mente despierta y
ojos entornados simulando aburrimiento.
Escuchaste muchas peticiones y suspiros,
preguntas y agradecimientos,
confidencias, penas y angustias
desteñidas por frecuentes baños en lágrimas
y por las humillaciones sufridas
ante la descarada esperanza.
Por aquella ventanilla desencajada
te llegaba el soplo no sólo de la rabia,
sino de la amabilidad
y otras veces la irritación
de algunas batas blancas que con fastidio
esperaban encontrar algún día
el olor de las azucenas
sin apercibirse de su necesidad de Cocculus;
en su lugar pasaban a los excesos
de venenos incoloros que sólo se entregaban
a cambio de la papeleta
de empeño de la posible salvación.
Por aquella ventanilla viste
los ojos de todos los enfermos,
para evitar la tristeza de los tuyos
desviabas la mirada
hacia el plato de membrillos
llenando la farmacia de aroma de vida
en las largas noches de guardia.
Por suerte, vivías en un mundo con estaciones,
y sentías que, disponías, todavía de variedad:
también permaneciste junto a la ventanilla
con diversas clases de espera.
De vez en cuando se asomaba una sonrisa
fruto de una primavera
y sentiste que tenías una riqueza enorme.
Tenías de hecho todo lo que veían tus ojos
y aunque es cierto que en aquellos días
tus ojos aún no veían a gran distancia
-limpios de presbicia y algo miopes-
ni los detalles más sutiles,
lo que podías discernir lo captabas
con un hambre difícil de concebir
para aquellos que no pueden soñar
con imaginarias reacciones químicas
ni con las evidencias que arrancan
amor a la voz del primer gallo.
Elisa R. Bach
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