UN DOMINGO DE MARZO EN CADAQUÉS
De vez en cuando, aún en tiempo frío,
el sol y el mar hacían las paces
en la orilla de la tarde,
el aroma de las cebollas asadas
se confundía con el olor del carbón
y las flores de un almendro marceaban.
Como algo muy familiar
las sardinas envueltas entre vaho,
mujeres y transparencias
de un aire tostado a fuego lento
la tarde avanzaba como tu niñez.
Cerca de allí los remos se hundían
en el agua poco profunda y cristalina
con la tozuda insistencia de tus hermanos
y ante la mirada asombrada de una mujer
extranjera que tomaba el sol casi desnuda
a pesar de la fría brisa. Otras chicas jóvenes
jugaban a salpicar la piel de las piernas
de niños de pantalón corto y bufanda.
Todos reían como pétalos de menta
en su cabello o el tomillo sobre las ascuas.
De vez en cuando alguna mujer
se giraba y su mirada buscaba
ofrecer las humeantes quemaduras del maíz;
Alguna otra acariciaba la ventisca
con la cara tiznada y las manos tendidas al sol
pulsando la levedad que abría sus yemas
y los dedos rozando la suavidad a flor de labios
El sol ardía en cada llama
y alimentaba los gestos de la hoguera,
la columna espiral y evanescente
que se elevaba, se quebraba o se confundía
con las voces del aire, con sus voces.
Hablaban todas el mismo idioma,
un lenguaje que cantaba junto al fuego
la historia de las rocas y del bosque bajo,
del sabor del maíz, del vino dulce,
-de alta graduación de laderas frías-
fermentado en vasijas de obsidiana
idénticas al sol de su alegría.
Elisa R. Bach
No hay comentarios:
Publicar un comentario