20 mar 2012

CON EL MAR EN CALMA

UN DOMINGO DE MARZO EN CADAQUÉS

 

De vez en cuando, aún en tiempo frío,

el sol y el mar hacían las paces

en la orilla de la tarde,

el aroma de las cebollas asadas

se confundía con el olor del carbón

 

y las flores de un almendro marceaban.

 

Como algo muy familiar

las sardinas envueltas entre vaho,

mujeres y transparencias

de un aire tostado a fuego lento

la tarde avanzaba como tu niñez.

 

Cerca de allí los remos se hundían

 

en el agua poco profunda y cristalina

con la tozuda insistencia de tus hermanos

y ante la mirada asombrada de una mujer

extranjera que tomaba el sol casi desnuda

a pesar de la fría brisa. Otras chicas jóvenes

 

jugaban a salpicar la piel de las piernas

 

de niños de pantalón corto y bufanda.

Todos reían como pétalos de menta

en su cabello o el tomillo sobre las ascuas.

De vez en cuando alguna mujer

se giraba y su mirada buscaba

 

ofrecer las humeantes quemaduras del maíz;

 

sujetadas en una mano mientras la otra seguía
ventando el carbón y la leña aún húmeda.

Alguna otra acariciaba la ventisca

con la cara tiznada y las manos tendidas al sol

pulsando la levedad que abría sus yemas

 

y los dedos rozando la suavidad  a flor de labios

 

El sol ardía en cada llama

y alimentaba los gestos de la hoguera,

la columna espiral y evanescente

que se elevaba, se quebraba o se confundía

con las voces del aire, con sus voces.

 

Hablaban todas el mismo idioma,

 

un lenguaje que cantaba junto al fuego

la historia de las rocas y del bosque bajo,

del sabor del maíz, del vino dulce,

-de alta graduación de laderas frías-

fermentado en vasijas de obsidiana

 

idénticas al sol de su alegría.

                             Elisa R. Bach

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