15 feb 2012

CADAQUÉS EN EL RECUERDO

Cadaqués en el recuerdo

 

Era domingo.

 

Un domingo en el que la luz del sol

compensa la melancolía continuada

del aire marino del otoño de Cadaqués;

la tranquilidad flotaba en el aire

como aire en el viento y el sol

 

calentaba como una caricia mi pecho.

 

En la playa había mucho trabajo,

la brea impermeabilizaba la barca

y mis ojos seguían como por encanto

el contorno de las velas y el compás

de la olas murmuraba en mis oídos.

 

Las mujeres enredaban sus fuertes manos

 

en finas cuerdas excepto mi madre

que cantaba una canción.

Mi hermana la tarareaba para aprenderla.

Y yo, como todo me parecía bien

callaba, miraba al cielo

 

y lo sentía todo como un sueño.

 

Mi hermano corría por la playa

con un remo entre las piernas

a modo de caballo que imaginariamente

lo transportaba al galope junto al mar.

Como siempre necesitaba movimiento.

 

El sol estaba bastante alto

 

cuando una sombra familiar se inclinó

para besarme,

yo extendí mi diminuta mano,

la arena se quedó muda y por un momento

el rumor de las olas desapareció

 

como un verano tras una tormenta.

 

Mi padre tomaba mi mano

con la misma suavidad que el maletín

que llevaba en la otra

del que no se separaba nunca

como si en él llevara un tesoro.

 

Dentro del galeno maletín

 

llevaba un termómetro,

un fonendo, un estuche de cuero

que contenía unos misteriosos tubitos

de cristal con tapones de corcho

y dos cuadernos de papel

 

cuadriculado y envejecido por el uso.

 

Lo recuerdo como si fuera hoy;

batido como acantilado

por el oleaje del duro trabajo

al que se entregaba a todas horas

y con palabras que podrían asombrar

 

a las propias palabras nos conducía

 

a mundos esperanzadores.

Nos enseñaba a sumar y restar,

a dar los buenos días con un beso,

a nadar bajo el agua

y a mirar las velas

 

y los mástiles en el horizonte.

                                        Elisa R. Bach   

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