MEDIODIA A FINALES DE SEPTIEMBRE
El calor del verano
no quiere ceder el paso al otoño. El aire va estancándose sobre los hombros y las cervices.
Los paraguas taladran el aire
densificado por el polvo acumulado como un dejar sitio para que se cubran al instante del agua, las recientes heridas.
Y las grises palomas aletean.
El aire va situándose
sobre la piel quemada y el dolor en las nucas muestra la sensación de fracaso: cae en ondas y sobre los charcos, la hierba de goma blanda y en el granito de las plazas duras.
Las mariposas aún abren túneles
entre las flores. El sol también chapotea entre claro y claro, entre las gotitas de agua llamando al Arco Iris:
no se avergüenza
de su luz encogida y mellada, consciente de que su calor invade todos los rincones del planeta. Se encuentra cómodo atravesando el ecuador, repartiendo caricias por igual en las zonas templadas.
Los árboles de hoja caduca protestan:
no pueden desnudarse de sus hojas y los higos se pudren en plena madurez picoteados por los gorriones.
Una población de hongos
y otra de líquenes y licopodios se disputan el sitio abandonado por el hipérico y el romero. Sus sales minerales tienen sed y beberán toda el agua del cielo en pocos días;
buscan otoñear
otra vez como el cólquico y oír la música del castañeteo de los dientes de los caracoles.
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