31 ago 2012

Cap. 5 de "LAS PUERTAS DEL MONASTERIO" (Cont.) ( www.homeo-psycho.de )

                                                                             Violín y Besos

                    VIOLÍN Y BESOS

 

¿Quién entra?¿Tan sigilosamente?

Es el Ladrón de mis Sueños

-te respondías lacónicamente-

que, con la arrogancia de un Paracelso

espera inmóvil a que ordene las cartas y

 

los papeles que acabo de colocar en la mesa.

 

Era él como un hombre que entra

hasta el fondo sin ser visto,

sólo las hojas de las plantas de la cocina

captaban su olor masculino. Recuerda como

las manos de tu antigua soledad temblaban

 

contra el cielo que querrían sostener.

 

A veces era de miedo

y se elevaba entonces en el silencio

una plegaria. ¡Qué fervor!

En aquellos momentos podrías haberte vuelto,

bruscamente, y ver que

 

algún pájaro en forma de hombre se echaba a volar

 

con un manuscrito o un libro bajo el brazo,

pero no se le hubiera podido detener.

¡Ah! Cómo se fijó en tu ADN

aquel ruido suave… cómo poco a poco

llenaba la habitación

 

enrojecida por la calefacción;

 

pero otro fuego ardía en tu pecho.

Cuando abrió completamente los brazos

te faltó tiempo para arrojarte en ellos

y sentir una y otra vez cómo su acento

subía y subía por tu vientre.

 

A pesar de tu desconfianza sentías un gran placer

 

cuando veías llegar a aquel Ladrón de tus Sueños

y lo veías trepar por la estrecha escala de barco

y alcanzaba tu refugio.

Al comienzo fue allá arriba

una solera de madera clara

 

y minúscula como un nido.

 

Luego debajo mismo (había una mesa camilla,

una lámpara de lectura, dos sencillos sillones

por testigos guardando las ropas). Entre cojines

junto a un pequeño sofá

bebiste de su cántaro una sola vez.

 

Claro que, al principio no se le notaban las alas

 

porque las escondía bajo un jersey azul marino

para ir al Bar o a alguna velada mundana.

Allí recitaba versos que había hecho

y luego los escondía en los archivos

secretos de su ordenador:

 

Te los hubiera leído en primavera

aunque eso no pudo ser

hasta la noche de San Juan junto al mar:

La luna miraba los poemas y las buganvillas

escucharon como se intercambiaban

 

las cuerdas del violín con las cuerdas vocales.

                                               Sylvia M. Folch

 

En uno de esos martes, después de que Pierre nos hubiera dejado aparentemente dormidas, Georgina y yo preguntamos a Simone por el tratamiento -o bajo qué prácticas psicológicas- con que lograba pasar meses enteros sin probar una gota de alcohol. "Después de largo rato de caricias de todas clases –nos explicó - Pierre recoge con una cucharilla una pequeña porción del flujo vaginal, lo diluye en medio vaso de vino y me lo da a beber". "Automáticamente me entra una sensación de relajación total difícilmente explicable".

 

"He probado –continuó explicando Simone- hacer lo mismo por mi cuenta y no me ha funcionado". "He pensado si pudiera ser que me diera una droga, pero lo hace todo delante de mí y por otra parte la duración de ese efecto es larguísima y que me hace la mujer más feliz del mundo, sensación que  hasta ahora me fue desconocida".

 

Georgina, aparte de su gran empatía, tiene una imaginación portentosa a la hora de analizar a gente que normalmente parecen ser personas comunes y que finalmente no lo son. Le basta con mirar desde la ventana para descifrar qué ocultan muchos hombres bajo sus abrigos. La necesidad que tiene –y que yo también comparto- de saber la hace más frágil, necesitada como pájaro que se lanza hacia el norte sin haber visto jamás el sur. Yo también me siento así. Creo que es una forma de guardar el equilibrio entre la luz y la sombra, entre uno u otro lado de las puertas del Monasterio.

 

Dentro de ese coche aparcado, por ejemplo –nos dice Georgina-, hay una mujer que se mira las manos. Simone y yo sólo vemos que hay una mujer. Se mira las manos –continua- y se las encuentra desnudas, las lleva enjoyadas, pero no tiene bastante oro en ellas. En su cuello también brilla un collar probablemente hecho de iridio, platino, rodio u otro metal precioso, pero a juzgar por el modesto coche y el peinado con pelo largo ya pasado de moda, quizá no se trate más que de senecio con un baño de plata. Parece algo mayor que nosotras, por lo que podemos suponer que, de no tratarse de un ser excepcional, sus labios deben estar secos, con menos saliva de la que necesita. Su sed debe tener los mismos años que su ansiedad.

 

No le gusta esperar, porque tiene un conflicto con el tiempo. Sus movimientos indican nerviosismo y la sensación de que algo no va bien, pues la persona esperada se retrasa inexplicablemente. Su alma se consume lentamente de la misma forma que el tabaco quema lentamente las cuerdas vocales o el nitrato de plata desgasta las verrugas. Su inquietud demuestra una fobia que la hará bajar del automóvil para dejar de sentirse encerrada y encenderá un cigarrillo para distraerse.

 

Simone y yo no quedamos estupefactas al ver que, en efecto, la mujer salía del auto y encendía un cigarrillo. ¿Qué hay de nosotras en cada uno de esos gestos que observamos? Frente a nosotras hay árboles que han perdido sus hojas. Desnudos, sus ramas asustadas y débiles se aplican en un ridículo gesto heroico hacia el cielo, pero si este invierno nieva muchas de ellas se combarán hasta quebrar. Con suerte algunas sobrevivirán. Hasta aquí hemos llegado con la observación, pero también interpretando el idioma de las cosas.

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