LA SOLEDAD DEL PEQUEÑO ZAR
Solo, en una lujosa habitación,
impregnando la mosquitera
del aroma frío y pegajoso de tu sudor.
En tu mesita de noche, las peras
explotaban de zumo venenoso
sazonadas con calor y sin esperanza servidas,
rechazadas por tu alma desamparada.
Las visitas se iban reduciendo
al mismo ritmo que los depósitos de tu sangre;
te sentías ya desahuciado
como caballo viejo y abandonado
como cadáver aún caliente
que oye campanas tocando
su espantosa escandalera...
Nota: para acceder al resto del poema solicitarlo
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