La hierba de San Juan
Por encima de nuestras cabezas
se alzaba orgullosa La Mola
de un Sant Llorenç macizo y húmedo,
en el camino las moras te saludaban,
y en los amarillos campos de Can Robert
la hierba de San Juan esperaba
a que tu padre cortara sus flores,
las bañase en aceite, las aromatizase
como a las princesas y las pusiese,
durante nueve días, a tomar el sol
como cada año.
En una botella de leche, transparente,
se acomodaban brillantes
como prismas ópticos de miles de criaturas,
las amarillas inflorescencias.
Su dulce mirar madrugador y tierno,
sobre prados verdes lucía encendido,
el hyperico.
Con miles de ventanas sobre las hojas, dispuestas a dejar entrar la luz
para sembrar los márgenes abandonados
de los caminos y laderas lejos de las sombras;
se apretaban en racimos aún frescos,
y te acompañaban en el lento serpentear.
Desde la cumbre se veía el mar,
quieto y agazapado recibía
agradecido la tormenta de luz,
la suave brisa y nuestras miradas
sólo de vez en cuando aparecía
sobre nuestras cabezas la promesa de lluvia.
Desde El Montcau llegó de pronto
una ráfaga de viento
picándonos en la cara con su colada fantasmal.
Seguimos el camino hacia ese macizo,
-demasiado dulce para haber probado la sal-
compactado para ti por cabras y caballos.
Elisa R. Bach
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