10 nov 2011

El Hipérico

La hierba de San Juan

 

Por encima de nuestras cabezas

se alzaba orgullosa La Mola

de un Sant Llorenç macizo y húmedo,

en el camino las moras te saludaban,

y en los amarillos campos de Can Robert

 

la hierba de San Juan esperaba

 

a que tu padre cortara sus flores,

las bañase en aceite, las aromatizase

como a las princesas y las pusiese,

durante nueve días, a tomar el sol

como cada año.

 

En una botella de leche, transparente,

 

se acomodaban brillantes

como prismas ópticos de miles de criaturas,

las amarillas inflorescencias.

Su dulce mirar madrugador y tierno,

sobre prados verdes lucía encendido,

 

el hyperico.

 

Con miles de ventanas sobre las hojas, dispuestas  a dejar entrar la luz

para sembrar los márgenes abandonados

de los caminos y laderas lejos de las sombras;

se apretaban en racimos aún frescos,

 

y te acompañaban en el lento serpentear.

 

Desde la cumbre se veía el mar,

quieto y agazapado recibía

agradecido la tormenta de luz,

la suave brisa y nuestras miradas

sólo de vez en cuando aparecía

 

sobre nuestras cabezas la promesa de lluvia.

 

Desde El Montcau llegó de pronto

una ráfaga de viento

picándonos en la cara con su colada fantasmal.

Seguimos el camino hacia ese macizo,

-demasiado dulce para haber probado la sal-

 

compactado para ti por cabras y caballos.

                                            Elisa R. Bach

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