El verano no quiere despedirse
A veces el verano no quiere
despedirse como lo suele hacer
acompañando al bosque,
con trufas y cortezas de árbol,
misterios que sólo surgen en otoño.
la arena aún se deja pisar
por pies descalzos
y el espacio entre los árboles
es como una ventana iluminada
que deja ver el febril trabajo
de diecisiete duendes adorando al sol.
Escaleras de troncos abajo,
se bañan los últimos turistas
del atípico octubre
mientras las jóvenes olas se estrellan
contra los dientes de granito.
Algunos barcos se apoyan
en el fondo azul,
sin sobrepasar el horizonte,
como los cuadros que sobran
en la vieja casa de Cadaqués.
El tomillo silvestre
se pierde con un rayo de sol
junto al momento desatendido
como música escuchada
en la profundidad de lo absoluto.
Nosotros mismos somos música
como la que sale de una caracola
varada en una cala
y del suave oleaje de una Costa Brava
anormalmente tranquila.
Los pinos nos rodean junto al mar
protegiéndonos de la tormenta de luz
y de la mezcla imposible
de cercanos augurios
de cipreses y esperanzas.
A veces el verano no quiere
despedirse como el bosque
con trufas y cortezas de árbol.
Elisa R. Bach
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