4 may 2012

Un poema de Elisa R. Bach ( www.homeo-psycho.de ) EL COLOR DEL AIRE Y LA PIEL

EL COLOR DEL AIRE Y LA PIEL

 

Asombrosa la elasticidad

con que el aire asume la distancia,

preludia una tensión

hacia los cuatro puntos cardinales

que adelgaza los volúmenes y los

 

hace dudar por fin en estallido

 

que limita contornos y define lo visible;

luz sin forma aún, luego es esfera

de color, dependiendo de múltiples parámetros

como el gradiente de temperaturas y presión;

y si define en luz, no tiene nombre

 

a excepción de alguna triza llamada Arco Iris.

 

Como muchas formas que surgen en el aire,

y son sépalos duros las unas

o un estrépito de alas silenciosas

que aturden y son sólo en la quietud

un color único resultante de

 

una composición de magentas, azules y amarillos;

 

o si se prefiere la definición poética:

como un plato elíptico abarrotado

de granadas y membrillos orlado con azucenas.

Tampoco se queda fuera de la ecuación

la variable del Sol como su maza erguido,

 

que centellea y falsea las piedras

 

en que desploma su enorme mole de tentáculos

y las estrías de su diente.

Los antiguos griegos

denominaron al Sol como Helios,

hombre con cabeza de halcón

 

o de carnero, tocado con un disco solar y aureo.

 

En el espacio exterior,

donde todo fluye y  sólo las distancias

geométricas de minkowski tienen sentido

no hay ocaso, ni bestias boreales en donde

el mar parece no reposar ni ser mar ni tener fin.

 

El mar es un color al que la piel se entrega.

 

Mucho antes de que los ordenadores lo dijeran

los antiguos matemáticos,

mucho antes de la era de Eratóstenes

definieron como innumerables,

no distintos de sus cuerpos: escalas de color

 

como teoría de las formas vivientes irrepetidas

                                                                    siempre;

 

porque no significan -decían-, más que color y bulto

evolucionando en la eternidad: no le dieron

nombre y esa ausencia es el fasto

al que la piel se expone. Los sonidos son correlatos

–justificaron- de esa ausencia como es

 

el color y el roce de la mano al que la piel se entrega.

                                                      Elisa R. Bach
                                            www.homeo-psycho.de

 

 

3 may 2012

MANUAL DE LA SOLEDAD de Leo P. Hermes (www.homeo-psycho.de) EL NOMBRE DE CADA COSA

EL NOMBRE DE CADA COSA

 

 

Ya no bastan cuatro frases hechas,

copiadas de antiguos comediantes,

ya no tenemos quince años

saliendo de los sueños de la infancia.

Dentro de las bocas cerradas

 

en la amarilla llama del mediodía

 

-cuando callan las estatuas

y los mitos aceptan-

las voces se agitan al principio,

pura, tranquilamente

y después atronadora y rápidamente

 

en la callejuela junto al bulevar,

 

descubren de pronto los eternos secretos

a veces -con naturalidad-

son terribles y temibles

como cárceles y otras veces de nuevo

como cárceles de cristal otra vez y

 

como caricias de lejanos y finos dedos

 

y llaman a cada cosa por su nombre

llaman al agua de la fuente, boca;

a los negros y altos árboles, olvido;

a la noche entre las rieras,

cordón umbilical;

 

llaman a los ojos llorosos, "amiga";

 

a los frescos labios rojos, hojas;

a los dientes amorosos, pesadilla;

a los purpúreos lechos de amor, abismos;

a las negras aguas del puerto, lámpara;

y llaman a las anclas enmohecidas, treno

                                                     del sueño;

 

Ponen alas de colores, a la triste mirada

                                             de Sylvia Plath;

 

en las manos de Virginia Wolf ponen abanicos,

desgarran  sus encendidas faldas,

adornan sus cabezas con encajes

muy delicados (en el pecho

de Quirón clavan banderas);

 

echan en el caos de los oráculos, sangre

 

y vuelven a llamar a las palmeras tizones;

Se detienen con sollozos

en la palabra martillo;

llaman silencio a la palabra puerta;

al sueño dicen, música en las sienes;

 

y, llaman bosque en la noche a mi corazón.

 

ya no bastan cuatro frases hechas

copiadas de antiguos comediantes;

ya no tenemos quince años saliendo

de los sueños de la infancia; necesitamos

palabras, (resbalando sobre pelo de sirena)

 

que pasen murmurando el agua, como peine.

 

                                            Leo P. Hermes
                                  www.homeo-psycho.de

2 may 2012

Un poema de Elisa R. Bach (www.homeo-psycho.de) UNA TERCERA VELA ANTE TUS OJOS

UNA TERCERA VELA ANTE TUS OJOS

 

Te miró a los ojos y escribió

lo que son:

Una encantadora falta de simetría.

Tú sabes sólo por los hombres

lo que son tus labios

 

y no precisamente por los hombres

                               que se miran en el espejo

 

cuando oscurece,

y no precisamente en el momento

en que se para el reloj y la cerveza se acaba

y los árboles copulan con el viento

de una primavera cargada de lluvia.

 

Tú lo supiste en una inesperada noche,

 

sentada en una sencilla barra de un bar

donde sólo una amiga italiana como testigo

puede recordarte, cómo explotó tu risa

resonando como notas de Carmina Burana;

cómo tus dientes comenzaron a rechinar

 

y la alegría volvió a asentarse en tus hombros.

 

No preguntaste siquiera si él estaba casado

o emparejado con otra,

pero lo de los ojos te lo dijo

como si los dos estuvierais en un lugar sin retorno,

como si los dos hubierais perdido vuestra infancia

 

y sellaste tu entrega con un porcelanoso beso.

 

Pasaste por un estado de esos

en que uno no sabe ni siquiera qué día es…

Hacía mucho que no te liberabas

de la corteza de tu espalda

ni tus párpados se decidían a permitirte

 

ver un mundo –el mejor de todos- que merece ser vivido.

 

Ahora una huella fresca en tu pecho, una hora

después de cada medianoche, te recuerda…

como el gallo canta… ¡Como te ayuda y tranquiliza

tus miedos nocturnos, cuando precisamente

una tercera vela que tienes delante es sólo

 

la repetición de las dos que ya han ardido!

                                                 Elisa R. Bach
                                        www.homeo-psycho.de

29 abr 2012

NERVIOSISMO AL RECIBIR MALAS NOTICIAS. Cap 3 de "TUS MEDICINAS" original de Elisa R. Bach (www.homeo-psycho.de)

Capítulo 3.                    EL CAFÉ

                                 (Coffea cruda)

 

Aroma de café y risas

 

 En Gràcia, esta medianoche en la plaza,

 todo pasa

 según lo que habíamos previsto:

 La vida late en el reloj solitario

 de mi estudio y en esta página,

 

que me hace compañía este sábado,

 

por donde se me deslizan los dedos;

imprime, mientras las notas

del teclado rompen el denso silencio.

Respiro profundamente,

miro por la ventana, admiro, aspiro,

 

la perfecta disposición de las estrellas en el cielo:

 

(recuerdo a mi madre, mirando las estrellas)

y algo más cercano aún y más sutil

sumergido entre las sombras

y que penetra la soledad

fría, delicada como una música de piano,

 

y un ruido de terrazas, con gente feliz

 

y ausente de donde me llega

un elástico fluido y el aroma de café

envueltos en risas y humo de tabaco.

A través de los claros de los árboles

los hilos blancos chorrean plata

 

dejando tras de sí huellas brillantes

 

y proyectan sombras chinescas

en las paredes llenas de cuadros

que todo lo saben, y ... callan.

Así mismo vuelven a mi mente

pensamientos que me traen

 

la memoria de alegres cenas

 

llenas de tu presencia.

Cierro los ojos poco a poco

esperando el regreso

de los tuyos, tu sonrisa

tu preciosa sintaxis

y tus azucenas de cinco pétalos.                                    Elisa R. Bach

 

Alfredo era un panadero que trabajaba diariamente unas 12 horas. Tomaba café negro en vaso  de unos 200 ml varias veces al día para mantenerse despierto en su trabajo nocturno. Él se definía a sí mismo como como una persona desquiciada. Era muy nervioso y muy delgado mientras que sus huesos delataban una fuerte constitución.

 

Llegó un día en que no podía tocar un plato, una herramienta, o cualquier cosa debido a una hipersensibilidad en el tacto; como si le dieran calambres al tocar los objetos y delante de los ojos veía una especie de relámpagos. Sus males se curaron con una gota de café diluida en un vaso de agua.

 

 

Úrsula trabajaba en una ferretería de la que era, junto a su hermano, propietaria del negocio heredado de sus padres. Empleaba muchas horas en el establecimiento comercial y no podía ocuparse demasiado de su hija que era hiperactiva. Normalmente la hija obtenía notas muy bajas en la escuela por lo que Úrsula decidió ponerla en tratamiento homeopático.

 

Al cabo de dos meses la profesora de la niña la llamó para hablar con ella. En la entrevista la maestra le dio la buena noticia de que su hija había mejorado tanto sus calificaciones que no entendía como se había producido aquel milagro.

 

Úrsula salió temblando de la reunión y sus piernas no podían mantenerla en pie. Su temblor era tanto externo como interno. El saber que su hija ya se comportaba como una persona "normal" en clase le había alterado su sistema nervioso. Llamó a su médico homeópata que le aconsejó que se tomara una gota de café diluida en un vaso de agua. Úrsula, con esa gota de café recuperó su habitual aplomo.

 

María, hipertensa desde hacía tiempo, estaba celebrando con su familia el cumpleaños de un hijo suyo en una terraza junto al mar. Tomaron unas cuantas tapas marineras. Luego al compás de las olas del mar disfrutaron de una excelente paella y con las bebidas correspondientes todos saciaron su sed y finalmente todos completaron su opípara comida con un aromático café. De repente María se puso malísima: la tensión se le disparó y su malestar fue curado tomando una gota de café diluida en un vaso de agua.

 

**************************************************************

 

El café exacerba la sensibilidad de los sentidos, despejándonos por la mañana antes de ir al trabajo aunque, todos lo sabemos, crea nerviosismo, ansiedad, insomnio, dolor de cabeza como si tuviéramos un clavo clavado en el cráneo, etc.

Algunos de esos efectos los consideramos positivos porque nos ayudan a estar despiertos en la carretera o para una mayor concentración en el estudio. Así consideramos positivo el aumento de agudeza visual que se produce con la ingesta de café. También valoramos positivamente que el gusto de los alimentos se haga más nítido.

 

Sin embargo ya no nos gusta tanto la hipersensibilidad olfativa porque se nos hace difícil soportar los olores de una cocina o el viajar en un automóvil de un fumador, etc. Tampoco consideramos como positivo no poder dormir a causa de los ruidos de los vecinos… Pues la hiperacusia también se debe al abuso del café.

 

Podríamos resumir diciendo que el café diluido puede curar

 

              La exaltación de los sentidos

              Los malos efectos de las buenas noticias

              El nerviosismo

              El insomnio

              La irritabilidad

              Dolores intolerables

              Angustia y ansiedad

              Hipertensión

              Dolor de oído

              Acidez de estómago

              Preventivo de la afonía de los cantantes (mediante enema)

 

                                                     Elisa R. Bach

                                    www.homeo-psycho.de

 

 

 

 

 

EL CAFE COMO SOLUCIÓN AL NERVIOSISMOS POR BUENAS NOTICIAS. Del libro TUS MEDICINAS" DE Elisa R. Bach www.homeo-psycho.de

Leer el capítulo 50 de NIÑOS A LA DERIVA  en la web homeo-psycho.de COFFEA CRUDA  un gran remedio para el nerviosismo al recibir buenas noticias

NERVIOSISMO AL RECIBIR BUENAS NOTICIAS

Capítulo 3.                    EL CAFÉ

                                 (Coffea cruda)

 

Aroma de café y risas

 

 En Gràcia, esta medianoche en la plaza,

 todo pasa

 según lo que habíamos previsto:

 La vida late en el reloj solitario

 de mi estudio y en esta página,

 

que me hace compañía este sábado,

 

por donde se me deslizan los dedos;

imprime, mientras las notas

del teclado rompen el denso silencio.

Respiro profundamente,

miro por la ventana, admiro, aspiro,

 

la perfecta disposición de las estrellas en el cielo:

 

(recuerdo a mi madre, mirando las estrellas)

y algo más cercano aún y más sutil

sumergido entre las sombras

y que penetra la soledad

fría, delicada como una música de piano,

 

y un ruido de terrazas, con gente feliz

 

y ausente de donde me llega

un elástico fluido y el aroma de café

envueltos en risas y humo de tabaco.

A través de los claros de los árboles

los hilos blancos chorrean plata

 

dejando tras de sí huellas brillantes

 

y proyectan sombras chinescas

en las paredes llenas de cuadros

que todo lo saben, y ... callan.

Así mismo vuelven a mi mente

pensamientos que me traen

 

la memoria de alegres cenas

 

llenas de tu presencia.

Cierro los ojos poco a poco

esperando el regreso

de los tuyos, tu sonrisa

tu preciosa sintaxis

y tus azucenas de cinco pétalos.                                    Elisa R. Bach

 

Alfredo era un panadero que trabajaba diariamente unas 12 horas. Tomaba café negro en vaso  de unos 200 ml varias veces al día para mantenerse despierto en su trabajo nocturno. Él se definía a sí mismo como como una persona desquiciada. Era muy nervioso y muy delgado mientras que sus huesos delataban una fuerte constitución.

 

Llegó un día en que no podía tocar un plato, una herramienta, o cualquier cosa debido a una hipersensibilidad en el tacto; como si le dieran calambres al tocar los objetos y delante de los ojos veía una especie de relámpagos. Sus males se curaron con una gota de café diluida en un vaso de agua.

 

 

Úrsula trabajaba en una ferretería de la que era, junto a su hermano, propietaria del negocio heredado de sus padres. Empleaba muchas horas en el establecimiento comercial y no podía ocuparse demasiado de su hija que era hiperactiva. Normalmente la hija obtenía notas muy bajas en la escuela por lo que Úrsula decidió ponerla en tratamiento homeopático.

 

Al cabo de dos meses la profesora de la niña la llamó para hablar con ella. En la entrevista la maestra le dio la buena noticia de que su hija había mejorado tanto sus calificaciones que no entendía como se había producido aquel milagro.

 

Úrsula salió temblando de la reunión y sus piernas no podían mantenerla en pie. Su temblor era tanto externo como interno. El saber que su hija ya se comportaba como una persona "normal" en clase le había alterado su sistema nervioso. Llamó a su médico homeópata que le aconsejó que se tomara una gota de café diluida en un vaso de agua. Úrsula, con esa gota de café recuperó su habitual aplomo.

 

María, hipertensa desde hacía tiempo, estaba celebrando con su familia el cumpleaños de un hijo suyo en una terraza junto al mar. Tomaron unas cuantas tapas marineras. Luego al compás de las olas del mar disfrutaron de una excelente paella y con las bebidas correspondientes todos saciaron su sed y finalmente todos completaron su opípara comida con un aromático café. De repente María se puso malísima: la tensión se le disparó y su malestar fue curado tomando una gota de café diluida en un vaso de agua.

 

**************************************************************

 

El café exacerba la sensibilidad de los sentidos, despejándonos por la mañana antes de ir al trabajo aunque, todos lo sabemos, crea nerviosismo, ansiedad, insomnio, dolor de cabeza como si tuviéramos un clavo clavado en el cráneo, etc.

Algunos de esos efectos los consideramos positivos porque nos ayudan a estar despiertos en la carretera o para una mayor concentración en el estudio. Así consideramos positivo el aumento de agudeza visual que se produce con la ingesta de café. También valoramos positivamente que el gusto de los alimentos se haga más nítido.

 

Sin embargo ya no nos gusta tanto la hipersensibilidad olfativa porque se nos hace difícil soportar los olores de una cocina o el viajar en un automóvil de un fumador, etc. Tampoco consideramos como positivo no poder dormir a causa de los ruidos de los vecinos… Pues la hiperacusia también se debe al abuso del café.

 

Podríamos resumir diciendo que el café diluido puede curar

 

              La exaltación de los sentidos

              Los malos efectos de las buenas noticias

              El nerviosismo

              El insomnio

              La irritabilidad

              Dolores intolerables

              Angustia y ansiedad

              Hipertensión

              Dolor de oído

              Acidez de estómago

              Preventivo de la afonía de los cantantes (mediante enema)

 

 

 

 

 

 

26 abr 2012

MIEDO A PERDER ALGO MUY VALIOSO . de la Novela BARCELONA NACIÓ CON LOS GRANADOS original de Elisa R. Bach (www.homeo-psycho.de)

     Barcelona nació con los granados

Barcelona nació con los granados,

entre alegres flores fucsias

como una granada de astros.

 

Corrían los tiempos que

caballos de madera y elefantes

ganaban batallas y  daban vida.

El delta del Llobregat procuraba

reposo, agua y terrazas sobre el mar

a familias púnicas enteras

resguardadas por murallas

de montañas inexpugnables.

 

En sus tierras fértiles crecían

sin dificultad las verduras,

los higos maduraban

como los versos y los campamentos

reían ajenos a la batalla de Cannas.

 

Los elefantes, verdaderos artífices

de las victorias cartaginesas también

descansaban a orillas de los ríos

prepirinaicos. Desarrollaban tareas

agrícolas, domésticas y pacíficas.

 

Gozaban como niños de baños diarios,

y juegos infantiles; se adormecían

con la música de las olas

y el olor a vino de los soldados.

 

Entre los fermentos

de sus enormes excrementos

usados como el mejor abono,

una semilla blanca

que en su origen tenía

el mismo color de sus flores,

surgió una planta extraordinaria

que viendo la luz del mar

decidió crear sus propias colonias. 

 

Ahora, después de más

de dos mil doscientos años

ninguna necesidad tiene el granado

que venga de tan lejos y me detenga

a contemplarlo en su milagro,

a que admire sus hermosas flores fucsias.

Nada es necesario para el granado

salvo la luz, la noche, el agua,

los fermentos, la brisa mediterránea

y el vuelo de las abejas.

La rotación incesante de la tierra.

 

Para ser, el granado no necesita que

me detenga a contemplarlo.

No mora el Punica granatum en mi palabra.

Mi palabra es lenta, sólo evoca

un granado que florecía en Cadaqués

junto al mediterráneo.

 

Existen

una avenida que va a Roma

y una ventana que da a la playa

para guardarlo, y en mi memoria

avenidas de diáfanos cristales

por donde llegó el granado

de Amilcar Barca que contemplo.

 

Barcelona nació con los granados,

entre alegres flores fucsias

como una granada de astros.                        Elisa R. Bach

 

Capítulo 1     Hermes. El abuelo.

 

·         Pérdida de un ser querido

              IGNATIA 200 CH

·         Pérdida de algo muy apreciado materialmente o

·         Miedo a perder algo considerado un capital

              VERATRUM ALBUM 200 CH

 

Como en la extraña mina de las almas,

estaño silencioso, iba avanzando

como vena por la oscuridad.

Entre raíces colgando,

puestas al descubierto por las picas,

brotaba la sangre que se escurre

hacia los hombres

con el aspecto pesado

del pórfido1 en la oscuridad.

Nada más allí, era rojo.

 

Allí había rocas

y bosques irreales

en excavaciones a cielo abierto.

Puentes sobre el vacío

y el gran lago gris, seco,

en el que estaba suspendido

sobre el propio fondo lejano,

como encima de un paisaje,

un cielo de lluvia.

 

Y entre praderas suaves,

llenas de paciencia,

apareció la pálida franja,

el único camino, extendido

como una larga lividez.

 

Por este único camino veníamos.

 

En cabeza,

el hombre esbelto con capa azul

y casco de minero,

que impaciente y mudo miraba ante él.

No masticaba tabaco ni otras hierbas,

pero su paso devoraba el camino

a grandes mordiscos. Las manos

le colgaban fuera de los pliegues

del manto, cerradas y pesadas,

sin ya saber nada de la cicatriz ligera

que llevaba enclavada

en la mano izquierda

como sarmiento de rosal

en un tronco de olivo.

 

Y sus sentidos estaban como partidos:

 

Por un lado, la mirada se adelantaba

corriendo como un perro pastor,

que se giraba, venía, y ya estaba de nuevo

esperándose lejano en la curva más cercana.

 

Por otra parte, como un olor,

el oído se quedaba atrás,

y le parecía a veces sentir

incluso el caminar de aquellos 

que también tenían que hacer

toda aquella penosa subida.

 

Después volvía a ser el eco

del propio ascenso y el viento

de su manto lo que llevaba detrás.

Pero él se decía a sí mismo

en voz alta que vendrían

y sentía como resonaban

en los oídos sus palabras.

 

Hermes, el abuelo, era experto

en interpretar los significados ocultos

conocía todo el mundo de los difuntos,

tranquilizaba a todos los que iban

a atravesar los límites de este mundo.

Su potente imaginación le permitía

entrar y salir del Inframundo sin problemas.

 

Hermes, el abuelo, nos enseñó

los símbolos del gallo y la tortuga

para el madrugador y tenaz caminante,

el zurrón para no ser capturado

ni envenenado en posadas,

las sandalias aladas indicativas

de la diligencia del mensajero,

el pétaso o casco precursor de moteros

y su caduceo o vara de heraldo.

 

Y los que veníamos detrás de él

a lo lejos, queríamos aprender

sus ciencias de la vida y

sus conocimientos sobre el Inframundo:

éramos muchos, pero caminábamos

con pasos suavísimos, callados.

                                                            Leo P. Hermes

*1) Pórfido. Roca compacta y dura formada por una sustancia amorfa y cristales de feldespato y cuarzo, generalmente de color rojo oscuro, muy apreciada para la decoración de edificios.

Fue en abril de 1.96… Me vi obligada a cambiar de alojamiento. El dueño de aquel enorme piso de la calle Joaquím Costa, a escasos 300 metros de la Facultad, había decidido vender el inmueble entero y nos echó a todas las que compartíamos aquella vivienda de techos altos y puertas hechas para gigantes.

Excepto a Dominique no volví a ver a ninguna de ellas. Dominique y yo habíamos compartido una de aquellas frías habitaciones. Ella, nacida en Dinan (Bretaña) estudiaba historia en la Facultad de Letras, era simpática y hasta llegó a presentarme a su hermano Hervé y a su hermana menor Gaëlle. Durante un tiempo nos seguimos viendo en el bar de la Universidad.

Gracias a Dominique encontré un estudio en arrendamiento en la calle Princesa a tan sólo 50 metros de la Vía Laietana. Realmente era un traspaso que me ofreció un amigo común de Pau Riba y de Dominique. El  estudio estaba en la última planta de un edificio antiguo, sin ascensor.

El alquiler era muy barato (aparte del traspaso que pagué no sin dificultades). Tenía una pequeña entrada desde la que se podía ver el gran comedor-cocina. En la parte derecha junto a la ventana había una pequeña escalera de madera que conducía a lo que fue mi habitación. La amplia cama estaba situada a la misma altura de una ventana que tenía vistas a los tejados vecinos.

Cansada de buscar habitación, acepté la situación: daba un dinero de entrada difícilmente recuperable si no era a base de encontrar a alguien, como yo, que aceptara aquellas condiciones. Por eso cuando ya estaba a punto de entregar el dinero Germán me habló de Giner, una especie de "mayordomo" que se traspasaba también con el estudio. Germán me quiso tranquilizar diciéndome que a él le habían transferido el estudio con Giner y que los anteriores ocupantes también habían tenido a Giner como compañero. Giner ocupaba una habitación frente a la mía sin luces ni ventilación.

Giner se ocupaba de todo lo que hiciera falta en el estudio, (limpieza, etc.) y nunca se mezclaba con los amigos de los inquilino; era discreto hasta el punto que era difícil de toparse con él en la escalera o en el propio estudio. Por fortuna mi habitación contaba con un pequeño lavabo y un wáter. Acepté a ese "mayordomo adherido" al estudio aún sin conocerlo. Abajo, en la calle Princesa había siempre gente hasta altas horas de la madrugada y atravesando la Vía Laietana, La Plaça Sant Jaume tenía un aspecto alegre.

En los primeros días, mi cuarto, me pareció bastante acogedor. Por la cocina "económica" de hierro forjado y por la ventana larga y estrecha en altura, rozando ya las tejas, de vidrios muy fraccionados, se podía adivinar la edad de la casa. Por aquella ventana podía ver como caía la lluvia sobre los tejados rojos y adormecerme con las últimas luces del día, bajo una gruesa y pesada manta de lana. También los primeros rayos de sol, reclinado como un globo ardiente sobre los tejados, entraban por esa ventana sin cortinas, inundándome los ojos de una claridad coincidente con los fuertes timbrazos de un viejo despertador como los sonidos de un timbre de bicicleta.

La escalera era empinada y los siete pisos costosos de subir, pero en pocos días me acostumbré y el estudio me parecía aún más acogedor cuando, jadeante por el ejercicio de escalar, escalón por escalón, aquella oscura y fría escalera alcanzaba el confort del viejo sofá. Era como trepar por un árbol huyendo de toda clase de alimañas y a veces me sentía como una niña luchando por alcanzar el desván. En una palabra, estaba contenta, sobre todo porque los vecinos parecían no existir y a veces lo único que subía por aquella escalera era la música de un organillo que parecía también se había afincado en el portal.

Desde entonces han pasado los años por el país. La época de la que hablo está para mí en las tinieblas del pasado, y los vivos colores de los sucesos se han vuelto pálidos y difusos. Tengo la sensación de estar hablando de cosas que no me ocurrieron a mí sino a otros, tal vez a Dominique. Por eso no he de tener miedo que el amor propio me induzca a mentir: Escribo con claridad y honradez y me atengo al hecho que el número 12 de la Calle Princesa y el número 36 de la calle Joaquím Costa todavía existen y que las personas que en aquella época íbamos al comedor no universitario más barato, en la misma calle Joaquím Costa, pueden dar fe del ambiente del barrio.

Paco, el camarero del bar de la Universidad, ha dado, durante más de cincuenta años, testimonio de todas las transformaciones del ambiente estudiantil y estuvo al corriente de nuestras vicisitudes con más comprensión que la de un hermano. Decenas de miles de estudiantes conocieron al gentil Paco.

En aquel entonces yo no pasaba mucho tiempo en casa. A las siete y media de la mañana iba camino de la Facultad y antes de las ocho aún me daba tiempo de tomar un café servido por Paco. Eran tiempos en que hasta los conserjes ganaban concursos como los de "Un millón (de pesetas) para el mejor" y los estudiantes quedábamos atónitos ante la erudición de aquellos "poco ilustrados" funcionarios. Y siempre que podía, pasaba las tardes en casa de mi novio.

Si, entonces yo estaba "prometida" (como se decía entonces). Ramón –voy a llamarlo así- era una joven promesa del mundo científico, amable y culto y –lo que más contaba para mis coetáneos- rico.

Ramón había nacido en el seno de una tradicional familia de comerciantes que mediante el trabajo y el ahorro llegó a tener una casa a la que también gustaba de ir la juventud masculina porque, pese a todo aquel refinamiento, reinaba en ella un ambiente alegre y abierto que no dejaba que entre las tazas de té se instalara el aburrimiento.

El hijo menor de la familia, Ramón, era por cierto el preferido de todos, porque a su cultura añadía una cierta amable frivolidad que convertía en interesante y agradable la conversación más anodina. Tenía más sensibilidad y más temperamento que sus hermanos mayores, era un carácter franco, alegre, y está fuera de duda que yo le quería y estaba orgullosa de él.

Puedo hablar abiertamente: más adelante, un año después de quedar disuelto nuestro compromiso, se casó con una muchacha de familia noble, pero murió tras haberle dado el primer hijo, una niñita rubia.

Yo solía quedarme en su casa, donde se reunía a diario un grupo bastante numeroso de personas, hasta las seis de la tarde; después daba mi paseo, iba al Capsa, (teatro situado entonces, en la Calle Aragón) y regresaba a casa sobre las diez de la noche para continuar con el mismo género de vida. Me aficioné a las matemáticas y otras ciencias para estar más cerca de él.

Por la mañana, cuando yo bajaba despacio mis siete pisos, me encontraba siempre en el portal  al portero, que fregaba las baldosas de mármol blanco de la entrada. Él saludaba e iniciaba una corta conversación. Así día tras día. Primero el tiempo, luego que si estaba contenta con mi estudio y cosas así.

Como el viejo nunca quería terminar, yo siempre le preguntaba por sus hijos, y entonces él suspiraba y murmuraba apretando los dientes "¡Eso sí que es una cruz! ¡Qué preocupado me tienen, chica!". Y aquello era el final. Una vez, era un martes, pregunté, sólo por decir algo, quién era aquel "mayordomo" que ocupaba una habitación en mi estudio. Contestó a la pregunta de la misma manera que yo: de pasada, sin pensar mucho. "Un pobre chico que apenas si gana para poder comer haciendo pequeños trabajos aquí y allá.

Había olvidado ya hacía semanas aquella información cuando llegó Giner jadeante, sudado y al mismo tiempo con la ropa totalmente empapada. La tormenta le había sorprendido ya cerca de casa. Era un domingo por la mañana. Yo había dormido más de lo habitual y me disponía a salir paraguas en mano, mientras que él, con un librito en la mano parecía que regresaba de la iglesia.

Su aspecto era mísero: entre los flacos hombros que se vislumbraban claramente porque la camisa mojada así lo permitía, destacaba en su cara una nariz larga y afilada y las mejillas hundidas. Los delgados labios, ligeramente entreabiertos, dejaban ver unos dientes poco limpios. La mandíbula era angulosa y prominente. En aquel rostro sólo llamaban la atención positivamente los ojos. No es que fueran bellos, pero sí grandes y muy negros, aunque carentes de alegría. Sólo sé que la impresión que me causó aquella criatura con el pelo totalmente mojado no fue grata en absoluto. Creo que él ni me miró. Por otra parte, apenas tuve tiempo para pensar en aquel encuentro banal, porque instintivamente cogí una toalla y se la ofrecí para que se secara el pelo y la cara.

Aquella noche tuvo lugar en casa de mi novio una velada perfecta donde se discutió amablemente sobre todos los temas de la época. Resultó perfecta y duró hasta muy avanzada la noche. Esa noche, precisamente, Ramón me pareció encantador. Una agradable sensación de contento saturaba mi pecho como un calor bienhechor.

De ahí que a las tres de la madrugada resultara aún difícil la despedida. Los pocos que marcharon a pie se dispersaron pronto en todas direcciones. Yo tenía un camino por delante de unos veinte minutos por lo que aceleré el paso, dado, además, que la noche de final de junio era brumosa y lloviznaba. Pensando en aquel aleteo de mariposas en mi bajo vientre, sin darme cuenta llegué a casa y entré.

Me estaba esperando. Apenas visible porque su cabeza tapaba la pequeña bombilla y su cara quedaba en la zona oscura. Sólo sus ojos se adivinaban. Hasta mí llegó un desagradable olor a sudor idéntico al que embargó mi olfato por la mañana. Estaba tan cohibida y asustada que no dije palabra, aunque tampoco me aparté. Sentía asco por aquella figura, pero no me aparté. Sentía sus ojos sobre sobre mis labios mucho antes de que me los besara. Cuando quise darme cuenta sus dedos corrían ya entre mis piernas. Como corrientes eléctricas las punzadas salían de mi vagina alcanzado los pezones en oleadas.

El olor de sudor, su piel pegajosa y sus labios sobre los míos me producían un profundo asco y al mismo tiempo un placer que nunca había experimentado antes. Me sentí como una diosa poseída por un diablo que conocía mi cuerpo mejor que yo misma. Me poseyó varias veces antes de que amaneciera. Finalmente caí exhausta en un profundo sueño. Me desperté a las cuatro de la tarde oliendo a demonios; me fui directamente a la ducha. Nunca me había sentido tan sucia. Afortunadamente él había salido.

En los días que siguieron a aquel encuentro todo pareció volver a la normalidad. Pero el sábado fui a casa de mi novio y para sorpresa mía toda la familia se había ido de viaje. El portero me dio un sobre con una nota. Una nota escueta que decía así: "Queda roto nuestro compromiso. Un tal Giner nos ha explicado con todo detalle la doble vida que llevas con él."

Salí huyendo con el pecho herido. Con la velocidad del rayo lo comprendí todo. Fui en busca de Dominique. Le expliqué todo lo ocurrido y le pedí ayuda. Me acompañó hasta la estación de Francia. Me pagó el billete hasta París y me dio algo de dinero para pasar unos días en casa de Hervé hasta que pensara en lo que debería hacer en aquel verano. Tardé tres años en volver de visita a Barcelona.
 
                                        Elisa R. Bach
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