11 abr 2018

Pensaba, seguramente, si aún estaba a tiempo de buscarse un amante


LAS LINEAS DE LA VIDA

Después de darme los buenos días
y ordenarme que quitara el polvo de los cientos de frascos de la farmacia, Eulalia volvió a su estado catatónico sentada junto a la ventana en silencio, contemplando el globo fundido del sol que había encendido millones de gotas escarchadas del pequeño jardín.

Absortas ella y yo
por el aroma que emanaba de una fuente cargada de membrillos, la observé durante unos segundos, probablemente un minuto que soldó en mi retina la escena:

Eulalia mantenía una mano cerrada,
sobre la rodilla, pero, de pronto, separó los dedos llenos de anillos con pedrerías, como pétalos gruesos de una planta carnívora mostrando en el centro de la palma esa gran M que todos tenemos inscrita y que no puede proceder sino del Ángel Montserrat – pues todas las líneas de nuestra palma conducen (sobre todo la Línea de la Vida), a través de las tempestades inútiles del destino, a través de los juegos de azar en pleno núcleo del Caos, hacia el osario gótico común.

Su oscura imagen al contraluz
no me dejaba ver su rostro, pero su quietud indicaba una profunda melancolía. La causa radicaba en que Litifredo era el padre del último hijo de la cantante de habaneras. Ya no volvería a ver el amanecer con cuatro ojos, con las pestañas unidas y entrecruzadas, felices en la séptima dimensión de una danza nupcial promesa de un porvenir brillante. La serie de noches de sexo futuro y el gemido profundo del hombre amado se habían esfumado.

Pensaba, seguramente,
si aún estaba a tiempo de buscarse un amante y empezar una nueva vida, podría ser que eso fuera sólo una idea sin consecuencias, madurada en medio de la desesperación y el miedo a la soledad; de hecho, pensaba en su propia juventud, en la luz que había bañado durante años, su griego perfil, en los finos hilos de algodón que enredaban su encrespado cabello largo.

Estaba, en realidad, enamorada de ella misma de joven como una lesbiana enamorada de su propio cuerpo de antaño, de su gracia y de su locura de entonces, de sus ojos limpios y brillantes, de sus vestidos, de los rojos y delicados zapatos de tacón increíblemente alto… Todo aquello había quedado atrapado en la farmacia como otro frasco más…

                                                                               Ermessenda

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