5 feb 2018

mi estreñimiento se acentuó como un orgullo


EL ORGULLO ANTE EL ESPEJO

En aquel Mundo Rural
las mujeres se avergonzaban de su condición. Consideraban su sexo como una maldición. Quizá esa fuera su desgracia, la desgracia de todos.

Todos declaraban que les hubiera gustado,
quizá, ser algo distinto de lo que eran.

Unos lo soportaban mejor que otros;
pocos, reconocían que aquella comunidad, con su violencia homicida y hambre inhumana era insoportable.

El destino, decían algunas voces,
nos sujeta al redondel de lo irrealizable para que giremos y giremos alrededor del pozo en cuyo fondo se halla encerrado, oscuro, indescifrable nuestro rostro.

Envuelta en mi angustia
deseaba ser como las demás: negarme a asentir y, sin embargo, acatar sin esperanza posible. Fracasé. No pude acostumbrarme a aquella vida y hui en cuanto pude. Fue en un otoño que se apagaba mientras crecía la ansiedad.

Durante el viaje sentí
que los objetos se empequeñecían antes mis ojos y mi estreñimiento se acentuó como un orgullo. Cuando en los lavabos de la estación me miré en el espejo. El azogue, todo se llenaba de los cuerpos de aquellas niñas hechas mujeres a la fuerza que viajaban en el mismo vagón. Sólo por debajo de sus sobacos cuando las manos se alzaban inmensas en un gesto de prohibición, pude ver por un momento un trocito de mi pálido rostro, acorralado, con un solo ojo como si fuera una tuerta.

Como fruto de aquel orgullo
surgió en mí la preciosidad en el lenguaje, la afición por las letras y finalmente sólo el escribir calmaba la pasión en mi pecho. Como una amazona de platino cabalgando en un universo finito construí mi propio mundo.

                                                               Ermessenda



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