12 abr 2016

En el quinto centenario de la muerte de Cervantes


EL QUIJOTE POSTMODERNO

Estaba yo tan tranquila
haciendo la siesta en mi hamaca de finos hilos cuando el runruneo de la conversación entre Emilia y Hector me despertó. Hablaban de literatura. Gracias a mi fino oído me enteraba de todo. Hector como buen alumno preguntaba y preguntaba a su maestra Emilia la escritora. Hasta una modesta araña lasiodora podía extasiarse con aquella conversación.

En el impacto del lector ¿qué causa más impresión la novela o el poema? –preguntaba Hector.

Cada persona –opinaba Emilia- se entusiasma de diferente forma al leer literatura aunque en mi opinión la novela -cuando gana- gana por puntos mientras que el poema vence por nockout.

Me encantaba ver a mis compañeros de la casa
charlar entre whisky y whisky. El aroma alcohólico subía hasta lo alto del armario y me embriagaba igual que a ellos aún sin probar gota.

Encima de la mesa había un cuenco con cacahuetes salados -con sólo verlos se me hacía la boca agua- y en otro unas cuantas rodajas de plátano desecado adornando las almendras y las avellanas, y, en una bandeja, unos trozos de turrón de mazapán con incrustaciones de naranja dulcificada, una vela aún por encender, dos copas vacías esperando el champaña y…, como no podía ser de otra manera, dos libros abiertos con muchas líneas subrayadas y notas al margen.

¿Crees que Cervantes era católico creyente?
–preguntó Hector en una de las pausas del monólogo de Emilia sobre el tema.

Cervantes… uhm… -contestó pausadamente Emilia como masticando la respuesta- era muy inteligente: discutía de tejas abajo sobre el mundo, pero de tejas arriba no. Tengo entendido que murió siendo creyente y alegre. Pensando que quería ir allí al Mundo del Ápex y continuar las conversaciones que había mantenido con los amigos que habían emprendido el viaje antes que él y cuanto antes, mejor. Creo que murió riéndose.

De repente Emilia se quedó mirando al techo como si hubiera adivinado que yo estaba atenta a todo lo que acontecía en aquella velada, pero en realidad sólo estaba concentrándose para iniciar uno de sus monólogos:

"Cada época –comenzaba Emilia con una voz impostada como si estuviera hablando a un gran público- ha leído el Quijote de una manera. Ahora en la postmodernidad parece interpretarse  como el desdramatizador, el que persevera y duda, el que ilumina la doble condición de la verdad, el que anticipa la tradición ilustrada de dudar de las propias certidumbres y el que en ningún caso renuncia al humor y la jovialidad como fundamento de una visión integral de la condición humana".

"Alguien que invita a desdramatizar –continuó Emilia después de una pausa para tomar aire- sin infundir ninguna forma de nihilismo. No está adelantando el cinismo moderno de Groucho Marx, por ejemplo ("Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros"), sino una forma de reserva activa y burlona frente al excesivo poder de atracción de los propios principios. Las verdades contradictorias pueden ser simultáneamente ciertas, y descubrirlo sin rencor no empeora el mundo ni lo degrada: lo hace habitable y felizmente perceptible…"

De pronto Emilia calla… La mano que le está acariciando los pezones le ha llenado la boca de saliva… El resto de lo que sucedió aquella noche lo podéis, sin dificultad, imaginar.

                                                                    Johann R. Bach

1 comentario:

  1. Buena tapadera ese de el block
    Buen invento para captar a ingenuas que se lo creen todo
    Si te conocieran de verdad !!!!
    Cerdo !!!

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