4 mar 2013

SOBRE LA SOLEDAD

La Soledad de una Universitaria 

 

El último invierno

me dejó el alma helada, herida, escondida bajo una piel nueva y un silencio cruel en la casa que debía abandonar. Sin flores marchitas, sin discos ajenos que devolver, con botellas a medias en la cocina y la nevera vacía, y mil proyectos destruidos me invadía la tristeza.

 

Reconstruí con calma

aquel rompecabezas, aquí los sentimientos, más allá las certezas, las dudas y las sombras flotando, llenándolo todo. Y no pude decidir seguir porque no había nadie esperándome en ninguna parte.

 

Atrás quedaban caídas

sobre hielos resbaladizos que no debí pisar jamás. El gran problema a resolver era que no tenía nadie en quien pensar. La tristeza me replegaba sobre mí misma, obligándome a refugiarme dentro de mi piel.

 

Tarde o temprano habría

de romper mi corsé como un reptil que crece. Deseaba que no sólo tristeza al final de la tarde, no sólo cansancio, me esperasen como obligados amigos. Deseaba no sólo esperar, esperar siempre una llamada, un abrazo dentro de un silencio, unas manos suaves recorriendo morosas mis distintas geografías.

 

Era difícil, lo sabía,

casi imposible -como una probabilidad de Murphy- arrancar mis motores teniendo tan bajas las baterías. Necesitaba sólo un fragmento de una estrella desprendido, unas llaves que me abriesen las puertas de otro barrio; el abrigo de un refugio de otros ojos;

 

ansiaba unos labios febriles

que me besasen despacio llenando cada hueco, como un gota a gota a un enfermo deshidratado, con su sola presencia; una palabra amable, una caricia como medicina, para seguir sintiendo, ansiaba.

 

Debía afrontar no sólo el olvido -el mío-

y la añoranza de otros espacios y otros tiempos; también debía eliminar o suavizar el resentimiento hacia los demás, el que acecha a las once de la mañana.

 

Necesitaba vencer al silencio

primero y a la nostalgia inútil de lo que no ha de volver en momentos en que todas mis energías estaban destruidas; Intuía que vendrían nuevas alegrías, otras gotas frescas sobre mis labios resecos, sobre mi piel dolorida, para levantarme como una margarita, para seguir sintiendo.

                                                                                              Elisa R. Bach

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