Detalle del Jardín de Las Delicias
EL OLOR A MAR Y LAS IDEAS
La clase de esfuerzo que Marta Guillamón
hacía para soportar a tanta gente siempre fue un misterio.
Cómo lograba
que su pensamiento se mantuviera puro, inalterable frente a toda clase de presiones era una incógnita que ella misma intentaba explicárnoslo, pero nos faltaba madurez para comprenderla.
Solía decir que esforzarse
en conseguir que los vecinos te admitan como una persona más en la finca ya es reconocer el germen del fracaso.
Ella distinguía
dos clases de fracasados: los que sabiéndolo lo aceptaban y los que siendo también unos fracasados aún no saben que lo son.
Le gustaba señalar
las rocas y decir que todo el litoral con su agua salada (no pura) se mostraba a menudo indiferente cuando
de repente un ola se encrespaba
arrastrando botes de pintura, tablones de algún andamio y alguna vela de no se sabe qué barca.
A veces nos echaba el aliento
diciendo: oled mi aroma de mar, mirad como las mariposas juguetean encima de mi cabeza y como el vello trepa por mis piernas sin depilar. Todo aquello era para nosotros un misterio.
Todo eso indica mi naturaleza
-continuaba diciendo- de profunda cavilación (o de cavilar profundo -dirían los alemanes).
Y esta especie de arrugas
-insistía- en mis mofletes y mis pabellones de las orejas carcomidos indican que mi sexo es tan fértil como mi imaginación.
Algunos profesores bienintencionados
la juzgaban como una persona con una cabeza bien amueblada, pero ella en su divertida modestia decía que algún día la carcoma vaciaría su cabeza de chorlito.
Algún poeta malévolo
llegó a decir que Marta Guillamón cuando se tiraba las manos a la cabeza tomaba la forma de una ánfora romana donde el resto del cuerpo quedaba oculto de modo que sólo se podía ver con el tacto.
La verdad es que Marta
solía apartar con delicadeza, al primer zumbido del despertador, la dormida cabeza para no dejar sus huellas digitales en la mejilla y abandonaba a solas su hueco entre las sábanas.
Su destino oscilaba
entre las playas y rocas de Cadaqués y la noche algo bohemia de Barcelona, pero cuando la luna se levantaba del mar como Afrodita ocultando las estrellas del Arquero
su corazón se iba hacia Escorpio.
En ambos lugares, entre el antes –su infancia- y el después – su madurez-, la luna era misma.
Ella se consideraba a sí misma
como estar sometida a la influencia de una estrella fugaz que se escapa de su constelación;
una mujer que no dio en el blanco
a pesar de que le llovieron los hombres y la fortuna material. Nosotros lo único que vimos es que la alegría de su rostro no desapareció jamás.
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