23 mar 2013

LOS SOFOCOS EN LA MENOPAUSIA De la novela "La Chica de Kiefholzstrasse"

                      La mujer madura

 

·         Sofocos en la menopausia

              LACHESIS C30 – SFH C9

              SULFUR C30

 

He entrado en la oficina de Correos

del centro comercial Saturno de Elsenstrasse. Había mucho público esperando su turno, a pesar de que hay varios pupitres despachando (las ventanillas aquí en Berlín no existen).

 

El aire acondicionado no funcionaba

y el discreto calor empezaba a hacer mella en una señora de unos cincuenta y cuatro años. Su tipo pletórico, su enrojecimiento y el sudor no dejaban lugar a dudas de que estaba padeciendo un "sofoco".

 

Aunque muchas mujeres

pasan la menopausia de una manera leve, sin sofocos, otras sufren muchas perturbaciones físicas y psíquicas. Entre ellas abundan las que necesitan ir escotadas, pero llevan siempre un pañuelo alrededor del cuello para evitar el enfriamiento por evaporación del sudor:

 

son las que suelen tener laringitis. Ese es el caso de mi madre.

 

Al ver a esa señora en esos apuros

he pensado en recomendarle la medicina de mi madre para los sofocos: SFH C9. Por otro lado le habría de aconsejar comer poca carne, aumentar las legumbres en su dieta y desaconsejar la ingesta de alcohol.

 

Demasiadas cosas para comentarlas

en la cola de correos. Me he abstenido de decirle nada. Mi timidez, junto a la inoportunidad del momento, ha sido más fuerte. Quizá nos volvamos a ver en circunstancias en las que tengamos una oportunidad de intercambiar ideas y opiniones.

 

Vuelvo a casa; miro por la ventana.

La tarde se levanta llena de lluvia como las islas de coral en su último esfuerzo por sacar a flote la cabeza para respirar, para soñar esperanzadamente con la brisa suave cargada de sal y flotando bajo el blanquecino sol;

 

las ramas de los árboles

del parque se mecen lentamente y ceden el paso a sonidos que apresuradamente se alejan antes de que  les alcance el silencio de la noche. No tardarán ni el residuo del rumor del sol y mi frágil sonrisa en acoger a mi amado…

 

Entretanto comparo mentalmente

a esa acalorada señora que he observado en la oficina de correos con una isla de coral, emergiendo de una "vida anterior",

 

haciendo esfuerzos para adaptarse

a una nueva y prometedora "vida", como una crisálida que se esfuerza por romper la pared de su capullo, buscando la brisa fresca y la sal.

                                                                                                                                       

                                                                                                           Elisa

 

En este capítulo Elisa

nos da su particular visión de los sofocos en la menopausia. Al igual que otros intérpretes de la semiótica Elisa compara, a lo largo de los capítulos de "La Chica de Kiefholz Strasse", nuestra vida con

 

un libro cuyas páginas están en blanco

(idea surgida de la actividad de escribir un diario); amplios espacios dispuestos a recibir la tinta junto a nuestra particular caligrafía. El libro se irá llenando de reseñas con nuestros esfuerzos y fatigas, pero también con nuestras emociones.

 

En ese libro, cada día escribimos

(y por lo mismo también consumimos) una página. Un día, anotamos que sudamos después de una carrera, otra noche grabaremos con tinta negra la dificultad de conciliar el sueño, a veces escribiremos nuestras decepciones, otras noches anotaremos los placeres del amor.

 

En ese Libro Diario de la Vida todo cuenta.

Así, libremente, esculpimos en nuestra alma lo que queremos ser o lo que hacemos para llegar a ser.

 

A mitad del Libro, interpreta Elisa

que la mujer alcanza una etapa en la que sufre unos sofocos producto de un calor interno que se expande alcanzando toda la superficie de la epidermis aunque en algunas mujeres se produce más en los lugares destapados y en otras en las zonas cubiertas por la ropa.

 

Ese cambio lo explica Elisa,

después de meditar sobre la experiencia observada en la Oficina de Correos, mediante sencillas metáforas en el último párrafo. En ese párrafo Elisa intuye "una nueva y prometedora vida" para la mujer que accede a la menopausia.

 

"Entretanto comparo en mi mente

a esa acalorada señora que he observado en la oficina de correos con una isla de coral, emergiendo de una "vida anterior", haciendo esfuerzos para adaptarse a una nueva y prometedora "vida" como una crisálida que se esfuerza por romper el encierro de su capullo, buscando la brisa fresca y la sal".

                                                                                              Leo P. Hermes

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