LA PUREZA DEL NÚMERO
Todos miran o han mirado el cielo;
buscando respuesta a la existencia
en la magia de la noche.
Desde la antigüedad,
gente sencilla, sabios, sacerdotes
han observado como hay un beso
tras cada gota de agua llovida.
También llueven estrellas e ideas
caídas desde esas brasas celestes,
conceptos abstractos que viajan
encaramados en finos haces de luz,
nocturnos casi siempre.
Doce es el número mágico.
Llovido de la bóveda celeste invadió
todos nuestros campos de trigo,
las copas de los árboles,
nuestros rudimentos matemáticos
y el mágico transcurrir del tiempo.
Arriba están la Casas del Cielo.
Los doce signos del zodíaco,
la Casa de lo Oculto, la doce,
Escorpión la Casa de la Muerte.
Millones de peregrinos terrícolas
inspeccionan el cielo.
Los astros hilan en secreto sin lanzadera
en la oscuridad que se extiende
como el mar hacia el horizonte.
Saturno gira lejos bañado
por sus propios anillos
y aún inamovible,
el que arrastra hacia atrás su carro,
El Cangrejo.
Signos en el espacio interestelar
que hay que interpretar, que marcan
el origen olvidado o el retorno a lo ignoto.
Espacio sin senderos,
sin distancias euclidianas por dónde
camina, cada vez más puro el número.
Muchos, sosegados de años en la paz
del abrazo,
y en un tardío encuentro casi de despedida,
a la vez, culpables e inocentes de lo que
hemos sido
volvemos a confesar al oído que nos disgustaban
los bailes de cifras la escuela.
No los entendíamos.
Elisa R. Bach
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