AUTORETRATO DE LACHESIS
En una corta noche báltica de julio
soñaste otra vez que yacías
sobre la fría roca como en una camilla
depositada ya como un mueble.
Tus propios gritos te despertaron.
La luz penetraba cenitalmente
sobre las sábanas empapadas de sudor;
sólo eran las cuatro de la mañana,
el aire se había detenido y
en tu mente aún resonaban palabras:
¡Venid a mirar conmigo –decías-
cómo era su extraña pureza! Dormida,
un palacio de aluminio sin llaves.
Dormida. Sí. En la pregunta de tus ojos,
en la claridad de tu cuerpo.
Y entre tu boca y tus cabellos flotaba
la música en tus sienes,
iluminada entre tus luces juveniles,
resbalando por tus suavidades ya sin vello
el olor a violetas. El color cobrizo
de tus hombros y tus senos de jardín
hacían juego con tu frente de imposible,
tus amarillas manos y tu sol desvanecido.
Sola de amor y de brazos
frente a una costa de adularias áridas,
junto al mar de doliente senecio
sostienes tu recuerdo. Repartida
en el cielo sonríes y tus imágenes cromáticas
difunden una vida de
tenue transformación de eternidad pálida.
Sylvia M. Folch
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