SUEÑOS BAJO CANTOS GREGORIANOS
Desde las diez de la noche
en que el silencio invadía, totalmente,
por orden de la Superiora,
todos los rincones del Monasterio
la oscuridad,
muñeca trasnochada de esperanza
con las sílabas aún sueltas en la boca,
créelo, nadie hubiera visitado
el liquen de tu rostro, nadie
hubiera acudido a tu celda
para abrir tu puerta y quemar
la deshilachada funda de tu almohada.
Y, sin embargo, ahí estabas
en tu habitación depósito de estrellas
que sonreían como niños de color y
tu cuaderno con sabor a lágrimas
donde contabas los días por plegarias
junto a armonías esperando ser cantadas
en otro mundo, quizá sólo en otras celdas
secuaces de serpientes y de versos:
sólo tus jirones en la tela de la ropa íntima
componían tu cárcel de juguete y
el deseo del manantial de
un hombre arlequinado aún fuera de la vida misma.
En esa misma humilde frontera de noches
como aquellas de silencio obligatorio
no eras más que una región delimitada,
dígitos de molécula en cubilete eléctrico
a pocos segundos de luz de la eutanasia
que distan del acuerdo o de la rendición;
sin tastar siquiera la longitud de un sorbo de café
o de un ovillo de voces de canto gregoriano que esbeltas
te ayudaran a arrojarte en los brazos de Morfeo.
Reconocías en esas voces logradas en los amaneceres
acompañados sólo por los tubos del órgano
la inalcanzable meta de nunca haber nacido.
Elisa R. Bach
www,homeo-psycho.de
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