6 abr 2012

SIETE COPAS DE AMARGO VINO

SIETE COPAS DE AMARGO VINO

Fue bastante después del vino nuevo…
La primavera.
Habías tejido ya el mimbre
en torno a las botellas, y, la serpiente,
no encima de la piedra,

sino bajo un techo de madera

yacía sobre el vientre
cubriéndose con su dorso.
"La belleza destruye el amor,
el amor la belleza" te dijo.
Y del mismo modo que antaño

se sacrificaba a las diosas de aquí y allá

un número impar de víctimas,
tú pensabas entonces
nada más en ti misma,
imaginando con indiferencia la eternidad
sin inmortalidad… Eras tan hermosa que

si alguien me hubiera preguntado

por donde había ido contigo, no hubiera,
sin duda, hablado de paisajes (a no ser que
sintiera la impotencia de las palabras y que
sólo hiciera posible deletrear el silencio:
la lluvia que cae en los exilios).

Eras tan hermosa que quise vivir de nuevo,

pero de un modo distinto. Eras tan hermosa
que en el fondo de mi delirante amor
me esperaba todavía íntegra toda la locura.
Me esperaban destinos
amargos y titubeantes como un trapecio
 
donde lo que carece de temblor no es sólido;

amores en los que el mundo no te basta,
pues les falta algún pequeño y penúltimo paso;
placeres en los que te castigas por el arte,
pues el arte, sin llegar a ser un crimen, es pecado;
momentos de mutismo en que la boca de la mujer

hace pensar que el pudor es sólo cuestión de sexo;

noches de cabellos teñidos por un meteoro
donde es el diablo quien hace la raya;
mañanas frías en las que estrangularías palomas
y te calentarías con sus alas;
momentos de gravedad en los que sientes que

has caído ya entre los que caen; y, silencios que
                                          sólo tú debes expresarlos.

                                                           Elisa R. Bach


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