29 mar 2012

PULSATILLA: LA FLOR DE LOS VIENTOS

Anémona Pulsatilla

 

Paciente muy paciente y amorosa

de carácter dulce y manos rosadas,

de sus ojos simétricos parecidos

a los de una egipcia Diosa del Amor

se descuelgan fácilmente las lágrimas

 

cuando una nube cubre el sol

 

y en su radiografía se observan

sombras de antigua soledad.

La frialdad de las pinzas Kocher

envidia la de unas manos

que sin duda algún día

 

fueron al encuentro de otras ardientes.

 

Desde un cuello ligeramente largo,

resbala una catarata de finos cabellos

laberinto de brillante maleza,

en el que se percibe una mancha escarlata

-denominada popularmente deseo-

 

producida por el falaz incendio

 

de una boca que sin duda

algún día fue al encuentro de la suya.

A la altura de su máximo perímetro

dos fuentes de horas estelares

se niegan a olvidar sus abriles.

 

En el resto de su pecho

 

se transparenta el esqueleto doblado

de una estrella fugaz

y como en un ganglio calcinado

se guarda una fósil respiración

de otro ardiente pecho que sin duda

 

algún día descansó en el suyo.

 

Más abajo, en la zona del hipogastrio,

media luna de hierba,

pradera de reposo de centauros,

se aprecia un desprendimiento de sombras;

reinos que nunca pudieron amanecer.

 

En sus carnosos labios

se acumula la tensión

el placer y el dolor

a pesar de ser hipotensa

Ese cuerpo de diosa egipcia sin duda

 

algún día fue en busca del Centauro Quirón.

                                              Elisa R. Bach

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