Anémona Pulsatilla
Paciente muy paciente y amorosa
de carácter dulce y manos rosadas,
de sus ojos simétricos parecidos
a los de una egipcia Diosa del Amor
se descuelgan fácilmente las lágrimas
cuando una nube cubre el sol
y en su radiografía se observan
sombras de antigua soledad.
La frialdad de las pinzas Kocher
envidia la de unas manos
que sin duda algún día
fueron al encuentro de otras ardientes.
Desde un cuello ligeramente largo,
resbala una catarata de finos cabellos
laberinto de brillante maleza,
en el que se percibe una mancha escarlata
-denominada popularmente deseo-
producida por el falaz incendio
de una boca que sin duda
algún día fue al encuentro de la suya.
A la altura de su máximo perímetro
dos fuentes de horas estelares
se niegan a olvidar sus abriles.
En el resto de su pecho
se transparenta el esqueleto doblado
de una estrella fugaz
y como en un ganglio calcinado
se guarda una fósil respiración
de otro ardiente pecho que sin duda
algún día descansó en el suyo.
Más abajo, en la zona del hipogastrio,
media luna de hierba,
pradera de reposo de centauros,
se aprecia un desprendimiento de sombras;
reinos que nunca pudieron amanecer.
En sus carnosos labios
se acumula la tensión
el placer y el dolor
a pesar de ser hipotensa
Ese cuerpo de diosa egipcia sin duda
algún día fue en busca del Centauro Quirón.
Elisa R. Bach
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