La Atlántida
Feliz, como la enorme Barca
con su Calderón, como el meandroso
Guadiana con sus ojos,
la bella Arosa con su Villagarcía
contrasta con la gótica Compostela,
con su Santiago y el tranquilo Obradoiro
con su plaza y la enojada Morte con su Costa.
La preciosa y dulce ría convive
con el duro Porriño
tan enamorado de sus granitos
como las meigas de Manuel Rivas
o como las complicadas matemáticas
abrazadas a su Profe
calculando distancias no euclidianas
para saltar de un pueblo a otro.
Se elevan como puntos máximos
por encima de las nubes,
a vuelo de pájaro describen La Atlántida;
desde La Toja a las Cíes con sus islas
computan a los grandes espíritus
-atlantes y luchadores,
sumergidos y no sumergidos-
y cantan el hundimiento de la tierra,
el continente desaparecido.
Aún queda de La Atlántida
el aliento poético de Galicia
y de Verdaguer que cantó su dolor
y su desaparición bajo las aguas.
Aún resuenan las voces por pueblos
y espacios de los gigantes
que sobre sus hombros soportan
lluvias, vientos y naufragios
y protegen carballeiras y hórreos
como los de la Sierra do Courel
con su Aldea de tejados cenicientos.
Vigilan el atardecer como el Faro Vilano.
Elisa R. Bach
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