10 oct 2011

La misma casa

Ahí está. La misma casa

 

Ahí está.

La misma casa de ventanas azules.

¿La recuerdas?

Con su puerta de agosto

en la parte trasera, a la sombra

y su puerta principal de febrero

haciendo frente a las olas.

 

Ahí siguen blanqueadas

las paredes ensimismadas,

orladas con las lentas persianas

del atardecer

sobre las que resbalan los dardos

de un sol generoso y alegre.

 

La penumbra deambula por las habitaciones

invadidas por un raro silencio

y el olor de los pinos

que sobreviven frente al Casino.

 

¿Te has fijado cuando descendíamos

esa montaña llena de olivos y curvas?

Era como penetrar en la intemperie

después de haber estado años

en una nave espacial, 

con mil vueltas en su haber,

descarrilando en el mismo rincón.

 

Duerme la tramontana

y ya no agita a estas horas los arbustos,

los granados aprovechan esa luz

inmensa y regalada para florecer.

Es la hora de la seda rasgada,

y, beber en la fuente sagrada.

 

No se ha borrado de tu memoria

el autobús vacío que iba a Rosas

sorteando tormentas azules de viento

enfurecido, seco y vengativo

ni aquel ventajista niño Melitón.

 

La luna debió elegir este rincón

para adormecer con música de plata,

lentamente, a sus lobos

y enredar en sus tenues hilos de luz líquida

a calamares y serranos.

 

Tus recuerdos se reúnen

en tu frente como bolitas de mercurio

y las tardes se acaban

como se rompe un dios de arcilla,

pero abre los ojos; verás

como en Cadaqués, en cada ventana

se suicida una estrella.

                            Elisa R. Bach

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