Una tarde en Génova
Desde este cerro apenino
el verano avanza entre tormentas,
se va puliendo como porcela
pálida, el viento rueda en sus asuntos
mientras Sara traduce mis versos.
En esta altura, con vistas al mar
las ausencias no se notan,
nadie sabe lo que le falta.
Como flamencos rosas
que en el fango hienden
tranquilamente una sola pata,
las gaviotas van y vienen
hasta esta cresta herbosa.
Al igual que en tierra adentro
las ideas y los deseos discuten,
pósanse, se agitan como manos
de inválido o papel al viento.
El sol asesta sus metálicos
dardos desde su acimut máximo
hiriéndome los ojos, la ciudad
se funde como azúcar. Un grupo
de alegres escolares, dispares, para,
anúdase, detiénese, se abre
para tragarme mientras fotografío
la catedral. Chillan y sus voces
se confunden con las piedras.
El viento me amordaza el hálito
y se suceden los silencios.
Hacia el sur, una mancha cenicienta
envuelve techos y árboles. Podría
ser una nube que amenaza
la fiesta junto a la playa.
La luna curva se blanquea, exigua
como una cicatriz, se levanta
tardíamente sobre el horizonte
de la bahía de Génova
como señal de final de fiesta.
Elisa R. Bach
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