10 sept 2015

La despreocupación de la prima Liberta


LA MÚSICA DE CHARLESTÓN
DE LA PRIMA LIBERTA (fragmento)

Antes de conocer a Clara
recuerdo vagamente que vivíamos en otro planeta y que dábamos muchas vueltas por callejuelas desconocidas, y que después de pasar junto a escuelas ocres y achaparradas con planchas "Pegaso", con bastidores verdes en las ventanas y otros tejados marrones, junto a centros de distribución de aceite, queso anaranjado americano y leche en polvo, en los que siempre había cola, y un taller de herrero abierto, sin puertas ni fachada vallada con hierro al rojo sobre un viejo yunque, nos adentrábamos por fin en la calle donde vivía Tía Alicia.

Era una calle larga y recta, con cercas de madera y muretes bajos de ladrillo a modo de fechada alineada con la última casa de un lugar polvoriento y aire demasiado denso para mis pulmones. Si la recorría en verano, la reconocía siempre por los fragmentos de cometas de papel enredada en los hilos de la luz, entre los postes de madera grasienta por haber sido pintados con creosota de fuerte olor acre. Muchos de aquellos cometas habían sido elaborados con papel azul de envolver. Otras, en cambio, estaban pintadas con tizas de colores, así que parecían manchas de un cielo arlequinado.

Teníamos que atravesar un gran huerto para llegar a la casa de ladrillo la penúltima de lo que entonces se llamaba barrio. Detrás de la casa se extendían los campos llenos de malas hierbas. ¡Qué raro me parecía que una calle -sin asfalto y sin aceras, aunque sí había en ella tapas metálicas de fundición que indicaban la existencia de cloacas- acabara en el vacío en lugar de dar a otras calles. En cuanto llegábamos a la puerta teníamos que andar con cuidado para no despertar la ira de las abejas que con sus enjambres completos se habían apoderado de un viejo carro ya inutilizado por la falta de uso.

A la izquierda de la puerta un viejo camión con sus llantas desprovistas de neumáticos y rodeado de cebollinos y geranios, de crisantemos y dos rosales. Detrás se alzaba aún con fuerza la casa roja de la enviudada Tía Alicia, cuadrada, con tejado de zinc. La prima Liberta, bastante mayor que su hermana Trinidad, venía a recibirnos a toda velocidad. A mí gustaba su figura. Sonriendo de oreja a oreja con una alegría exagerada, nos invitaba a entrar. Esperaba que, como siempre, me diera un plátano manjar inolvidable de la infancia.

Un pasillo largo, siempre fresco, pues daba a un patio en el centro geométrico de la casa como en las construcciones romanas. Al otro lado del patio se hallaba el comedor. Mientras allí charlaban todos Liberta me enseñaba los peces del pequeño estanque, pero lo que más me llamaba la atención era la vieja máquina de coser cargada con dos cubos metálicos con blancas margaritas.

Liberta era todo lo contrario de Trinidad. De su rostro huía el sombrío aspecto y su frente despejada daba paso a un aspecto despreocupado. Sus ojos, cuidadosamente pintados, añadían brillo al paisaje. Tía Alicia le echaba en cara su despreocupación y no veía con buenos ojos que fuera los sábados a bailar, pero la verdad es que bailaba el charlestón con garbo y a mí me hacía reír con sus requiebros de brazos y piernas con un aire que llenaba la casa de sonrisas. En invierno no íbamos a visitar la casa de Tía Alicia porque la calle estaba completamente embarrada. Así que a cada verano el paisaje era distinto porque de año en año la calle se iba llenando de nuevas construcciones.

                                                        Johann R. Bach

4 comentarios:

  1. COMENTARIO DE PATRICIA

    Quizás entre todo lo que le rodeaba , tirando a recuerdos viejunos aprovechables por la naturaleza , y las flores y fauna Liberta pensaba en que era afortunada . Y así lo mostraba con su baile

    ResponderEliminar
  2. COMENTARIO DE PATRICIA

    Quizás entre todo lo que le rodeaba , tirando a recuerdos viejunos aprovechables por la naturaleza , y las flores y fauna Liberta pensaba en que era afortunada . Y así lo mostraba con su baile

    ResponderEliminar
  3. Ese otro planeta, también lo conocí. Lo describes de maravilla, igualas, si no lo superas a Juan Marse. Dias alegres para Liberta y todos los de esa generación, y tristes para los mayores, que rumiaban dolores , que no contaban, pero que se reflejaban en sus rostros-

    ResponderEliminar
  4. Parece escucharse el taconeo del charlestón a lo largo de la embarrada calle, a Liberta más que acusarla de despreocupada ,habría que agradecerle dar alegría a los demás...

    ResponderEliminar