Las preguntas en apariencia sencillas
-como wie geht es dir? o comment allez-vous?- que se le hacían a Marta G. requieren complejas respuestas.
Sin embargo, Marta Guillamón
no tuvo que quitarse las vendas de la indiferencia bonachona porque desde su juventud había dejado de creer en el progreso: le importaba únicamente su propia herida.
La abundancia de neveras,
máquinas de vacío, yogures bajos en grasas y descafeinados con sacarina, zapatillas de deporte y calcetines blancos, teléfonos móviles y
auriculares que escupen música
en oídos sordos, grasientas hamburguesas y naranjas naturales de semillas manipuladas genéticamente, risas enlatadas después de cada frase de horteras películas de televisión,…
habían acabado saciándole de aburrimiento.
Se aficionó a cosas extrañas; a dibujar, por ejemplo, columnas dóricas; inventar árboles compuestos de piezas de plástico inyectado;
coleccionar fotos de famosos
con verrugas en la cara; cronometrar cuántas veces por minuto un dictador pronuncia la palabra democracia.
Ahora de vez en cuando convoca
a sus amigos para preguntarles qué entienden ellos por un mundo mejor y si tienen la sensación de que en este país se está consiguiendo eso.
Cuando oye, por ejemplo, las respuestas:
"…la vida cultural actual es más profunda…" "…en los institutos y universidades los alumnos salen mejor preparados…" "…gracias a los antibióticos somos más listos…"
"…los salarios nos permiten una vida
tan emocionante que hasta los parados pueden pagarse sus birras…"
Marta G. se desternilla de risa.
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